Page 542 - El nuevo zar
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Putin, con la intención de modificar el comportamiento de este al castigar a
los amigos que habían amasado fortunas durante su presidencia. Entre ellos,
se encontraban sus antiguos compañeros de judo, Arkadi y Boris Rotenberg;
Vladímir Yakunin, Yuri Kovalchuk y Andréi Fursenko, de la cooperativa de
dachas Ozero; y Guenadi Timchenko. Haciéndose eco de los reclamos
formulados por los críticos de Putin durante años, el Departamento del Tesoro
en Washington afirmó que también Putin tenía inversiones en la compañía de
Timchenko, Gunvor, y «tal vez tenga acceso a los fondos de Gunvor». Los
estadounidenses acusaron al Bank Rosiya, de Kovalchuk, de actuar como
«banca personal» de altos funcionarios del Kremlin, incluido Putin.[9] Las
sanciones les impedían viajar a Estados Unidos, congelaban sus activos y
prohibían a las compañías estadounidenses hacer negocios con ellos, con lo
cual restringían de forma efectiva las actividades que involucraran dólares en
casi todos los ámbitos. Las sanciones estadounidenses y europeas seguirían
expandiéndose, y apuntarían a más funcionarios y empresas, incluido el banco
de los Rotenberg, SMP, la abreviatura rusa para «ruta del mar del Norte», ruta
que atravesaba el Ártico, y finalmente sectores enteros de la economía,
incluida Rosneft y sus ambiciosos planes para extraer petróleo del Ártico.
Y, sin embargo, estas nuevas sanciones no tuvieron más efecto que las
sanciones a los asesores y acólitos de la órbita externa del poder de Putin, un
efecto evidente no mayor que la ausencia total de sanciones. La
determinación de Putin no podía ser disputada ni siquiera por sus allegados.
Todos los sancionados —con jerarquía y sin jerarquía, amigos cercanos y
conocidos, agentes de influencia y meros compañeros— debían su lugar en el
sistema a Putin. Ellos eran la nueva élite de la era Putin: por encima de la ley
y, por lo tanto, protegidos por la justicia de un solo hombre. Su poder y sus
fortunas dependían del poder de él y su lealtad a él. Vladímir Yakunin, a
quien las sanciones le parecieron una afrenta personal, dijo que su viejo
amigo no permitiría jamás que alguien intentara disuadirlo de cualquier
decisión tomada en lo que él consideraba el mejor interés de Rusia. Putin
consideraría el mero intento de hacer tal cosa un acto de traición. «No lo
olvidará… ni lo perdonará», dijo Yakunin.[10]
Luego nadie se atrevió a hacerlo. Uno tras otro, aquellos que se
enfrentaban a sanciones expresaron lealtad y solidaridad con el líder y
proclamaron estar dispuestos a hacer cualquier sacrificio que fuese necesario.
«Uno ha de pagar por todo lo que tiene en la vida», dijo Guenadi Timchenko,