Page 537 - El nuevo zar
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delegación  de  Crimea,  y  un  mitin  de  masas  aprobado  oficialmente  se
               congregaba en la plaza Roja, con banderas y carteles de Rusia. «Crimea es
               territorio ruso», decían muchos carteles. Los eslóganes, como la nueva misión
               de  Vladímir  Putin,  pronto  se  condensaron  en  un  hechizo  que  a  un  tiempo

               expresaba  orgullo  y  rencor,  la  impugnación  de  Putin  a  lo  que  consideraba
               años de acumulación de insolencias respecto de Rusia. Se convertiría en un

               grito  de  campaña  con  una  resonancia  sorprendentemente  profunda,  aunque
               una resonancia que Putin, forzado por una secuencia inesperada de sucesos,
               no previó que definiría su legado y el de Rusia por años por venir: «Krim
               nash!» [¡Crimea es nuestra!].


                    Y luego, el 18 de marzo, dos días después de un referéndum que se realizó
               bajo  el  cañón  de  los  rifles  rusos  y  fue  condenado  ampliamente  como  una
               farsa,  efectivamente  lo  fue.  Putin  apareció  en  el  Gran  Palacio  del  Kremlin

               ante la élite política del país —ante una élite que, públicamente al menos, lo
               apoyaba por completo— y declaró que Crimea y, por separado, Sebastopol

               eran ahora nuevas partes constituyentes de la Federación de Rusia. «Todo en
               Crimea  habla  de  nuestra  historia  y  nuestro  orgullo  compartidos»,  les  dijo,
               invocando  el  lugar  legendario  donde  el  príncipe  Vladímir  había  sido
               bautizado, dando lugar al pueblo ruso y a las batallas, desde Balaklava hasta

               Sebastopol, que simbolizan «la gloria militar rusa y su destacado coraje». El
               público  aplaudió  y  vitoreó,  con  lo  que  interrumpió  su  discurso  de  forma

               reiterada. Algunos tenían lágrimas en los ojos. Putin apareció luego esa tarde
               en un mitin y concierto en la plaza Roja, organizado como una celebración
               nacional que se volvería un festivo sagrado. «Tras una jornada larga, dura y
               extenuante en el mar, Crimea y Sebastopol están regresando a su puerto de

               partida, a las orillas nativas, al puerto de casa, ¡a Rusia!», dijo a la multitud
               palpitante. Entre las canciones que se tocaron esa noche, estaba la sentimental

               canción soviética llamada Vals de Sebastopol. Había sido escrita después de la
               Gran Guerra Patriótica, en 1953, un año más tarde de que naciera Putin. La
               mayoría de los rusos de cierta edad y temperamento acompañaron cantando.



                          Regresamos a casa

                          a la vera de la tierra soviética.
                          Otra vez, como antes, los castaños están florecidos.

                          Y otra vez, yo estaba esperándote…
                          Caminaremos a lo largo de los bulevares
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