Page 533 - El nuevo zar
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la oportunidad permitió al Kremlin disfrazar el despliegue repentino de miles
               de tropas rusas de operaciones especiales de élite. El secreto era esencial, así
               como  la  negación.  Putin  no  podía  estar  seguro  de  cuál  sería  la  respuesta
               internacional  —de  la  OTAN,  sobre  todo—  y  quería  poner  a  prueba  la

               determinación de los líderes del mundo antes de admitir la extensión de su
               plan.

                    Antes del amanecer de la mañana del 27 de febrero, comandos de Rusia y

               tropas del cuartel general de la Flota del Mar Negro y otras bases en Crimea
               tomaron el Parlamento regional de Crimea y otros importantes edificios en la
               península,  así  como  dos  campos  de  aviación.  Los  soldados  estaban  bien

               equipados y fuertemente armados, pero sus uniformes no llevaban insignia;
               los  soldados  habían  recibido  la  orden  de  quitarla.  En  las  siguientes
               veinticuatro  horas,  miles  de  soldados  más  aterrizaron  en  los  campos  de

               aviación,  se  diseminaron  y  dominaron  la  península  sin  mayor  violencia,  a
               pesar  de  algunas  confrontaciones  tensas  con  las  sorprendidas  tropas

               ucranianas,  que,  en  medio  del  caos  político  en  Kiev,  tenían  orden  de  no
               resistirse.  Los  comandos  rusos  fueron  llamados  «hombrecitos  verdes»  o
               «personas amables», para proteger a Rusia en sus negaciones, cada vez menos
               convincentes, de estar involucrada. Una sesión improvisada del Parlamento

               regional, celebrada a puerta cerrada, eligió un nuevo Gobierno y declaró, en
               violación de la ley ucraniana, que se realizaría un referéndum el 25 de mayo

               sobre la cuestión de dar mayor autonomía a Crimea.

                    Incluso los partidarios de Putin estaban sorprendidos. Putin había actuado
               tras consultar con un pequeño círculo de asesores que incluía hombres en los

               que siempre había confiado, los hombres que había mantenido a su lado desde
               la  entrada  de  todos  en  el  KGB:  Serguéi  Ivanov,  Nikolái  Pátrushev  y
               Aleksandr  Bórtnikov.  Ellos  coincidían  con  él  en  sus  pensamientos  más
               profundos,  su  sospecha  de  las  ambiciones  de  la  OTAN  y  su  rabia  por  la

               culpabilidad de las naciones occidentales al haber corrido a abrazar al nuevo
               Gobierno que se estaba conformando tras el alejamiento de Yanukóvich. El

               hecho  tenía  inquietantes  reminiscencias  de  la  decisión  en  1979  de  invadir
               Afganistán, que también fue tomada por un cuadro cerrado y confinado de la
               dirigencia soviética utilizando excusas falsas. El resultado del secreto fue la
               confusión en el establishment político del país, lo cual subrayaba la magnitud

               de las decisiones que ahora descansaban solo en las manos de Putin.

                    Desde  su  retorno  en  2012,  Putin  había  estrechado  el  embudo  de
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