Page 530 - El nuevo zar
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por  lo  tanto,  a  las  cadenas  de  televisión  de  Rusia—  retrataban  los
               enfrentamientos  como  una  insurrección  armada,  incitada  por  diplomáticos
               estadounidenses y europeos que no solo habían alentado a los manifestantes,
               sino que incluso les habían repartido alimentos y galletas.


                    Lo  que  había  comenzado  como  manifestaciones  en  su  mayor  parte
               pacíficas,  en  favor  del  acuerdo  con  la  Unión  Europea,  había  crecido  desde
               noviembre  hacia  un  movimiento  más  amplio  para  deponer  el  régimen

               corrupto de Yanukóvich. El hecho de que hubiera grupos radicales en la plaza
               —hombres  enmascarados  de  dos  feroces  grupos  nacionalistas,  Svoboda  y
               Pravi Sektor— convenció a Putin de que Yanukóvich había perdido el control

               a manos de las fuerzas de la anarquía y el fascismo. Putin nunca entendió las
               reivindicaciones de fondo que mantenían a la mayoría de los manifestantes en
               las  calles  durante  esos  meses  de  invierno,  el  anhelo  de  romper  el  puño

               corrupto  de  un  líder  rapaz,  la  radicalización  que  había  surgido  de  forma
               inevitable  después  de  que  incluso  sus  demandas  más  básicas  no  fueran

               atendidas.  Putin  había  pensado  que  podía  comprar  al  presidente  y,  por  lo
               tanto, a la gente, como había logrado hacer en Rusia durante catorce años, con
               generosidad económica dispensada en momentos críticos. Como escribió el
               escritor James Meek cuando las protestas en Kiev cayeron en la violencia ese

               día de febrero, «es el ideal del cínico total que es Vladímir Putin; el mayor
               ideal que puede tener un cínico total: que las personas no tengan ideales».[1]

                    Una  «troika»  de  diplomáticos  europeos  —los  ministros  de  Relaciones

               Exteriores de Francia, Alemania y Polonia— llegaron a Kiev con prontitud el
               20 de febrero para intentar poner fin a la violencia alrededor de Maidán. Aún

               concentrado  en  los  Juegos  Olímpicos  en  Sochi,  Putin  no  dijo  nada  al
               principio,  lo  cual  volvió  confusa  y  contradictoria  la  respuesta  de  Rusia.  El
               ministro  de  Relaciones  Exteriores  de  Rusia,  Serguéi  Lavrov,  condenó  el
               esfuerzo de los europeos como una «misión no requerida», incluso al tiempo

               que  el  mismo  Yanukóvich  se  sentaba  a  recibir  a  los  ministros.  Mientras
               debatían un acuerdo político que pudiera poner fin al tiroteo de ahí afuera —

               mediante la celebración de elecciones presidenciales anticipadas en 2014, así
               como  la  concesión  de  amnistía  a  los  manifestantes—,  Yanukóvich
               interrumpió  las  negociaciones  para  llamar  por  teléfono  a  Putin,  quien  para
               entonces  estaba  de  regreso  en  Moscú.  A  pesar  de  todos  sus  esfuerzos  para

               fingir independencia, no podía cerrar un acuerdo sin la autorización de Putin.
               Le  dijo  a  Putin  que  aceptaría  dejar  el  cargo  para  que  se  celebraran  nuevas
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