Page 534 - El nuevo zar
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información que le llegaba para que excluyera a diplomáticos, ministros de
               Economía  u  otros  que  quizás  hubieran  ofrecido  consejo  sobre  las  posibles
               consecuencias de lo que se estaba desarrollando. Las acciones de Putin ahora
               dejaban  a  su  portavoz  e  incluso  a  su  ministro  de  Relaciones  Exteriores,

               Serguéi Lavrov, repitiendo falsedades, negando que hubiese rusos en Crimea,
               incluso  al  tiempo  que  estos  iban  tomando  sitios  estratégicos,  uno  por  uno.

               Cuando el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se reunió en una sesión
               de  emergencia  en  Nueva  York  el  27  de  febrero,  el  día  después  de  que
               aparecieran los «hombrecitos verdes», el embajador de Rusia, Vitali Churkin,
               no estaba preparado para siquiera explicar los hechos básicos de lo que estaba

               sucediendo, porque,  al  parecer,  claramente  no  los  conocía.  Ese  mismo  día,
               Yanukóvich  finalmente  reapareció  en  Rusia,  una  semana  después  de  que

               abandonara Kiev. Dio una conferencia de prensa surrealista en un centro de
               compras en Rostov del Don, en el sur de Rusia, no lejos de la frontera con
               Ucrania,  donde  dijo  que  seguía  siendo  el  presidente  legítimo  de  Ucrania,

               mientras los manifestantes y periodistas analizaban su situación presidencial
               fuera  de  Kiev,  revolviendo  pruebas  sobre  su  extravagancia  personal  y
               corrupción  profesional.  Yanukóvich  dijo  que  respaldaba  la  integridad

               territorial del país y se oponía a cualquier intervención militar por parte de
               Rusia;  él  tampoco  estaba  al  tanto  de  que  Putin  ya  había  lanzado  una
               intervención.


                    El  día  después  de  que  Yanukóvich  reapareciera,  Putin  presentó  una
               propuesta  al  Consejo  de  la  Federación  para  autorizar  el  uso  de  fuerzas
               militares  en  Ucrania.  La  presidenta  del  consejo,  Valentina  Matvienko,  que
               apenas  tres  días  antes  había  descartado  cualquier  intervención,  convocó

               enseguida  a  una  infrecuente  sesión  de  sábado  que  aprobó  con  notable
               celeridad la demanda de Putin. Tras un «debate» cáustico en que orador tras

               orador despotricó contra los malos de Ucrania y Estados Unidos, los noventa
               (de  ciento  sesenta  y  seis)  miembros  que  estaban  presentes  votaron
               unánimemente para dar a Putin vía libre para invadir a su vecino, cuando él ya

               lo había hecho. Fue solo después de eso, el 2 de marzo, cuando Putin convocó
               a Yanukóvich a su residencia en las afueras de Moscú y lo obligó a redactar y
               firmar  una  carta,  fechada  el  día  anterior  —es  decir,  antes  del  voto  de

               autorización  del  Consejo  de  la  Federación—  para  pedir  a  Rusia  que
               interviniera. «Ucrania se encuentra a un paso de una guerra civil. En el país
               hay caos y anarquía», decía la carta, mezclando hechos indisputables con la
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