Page 532 - El nuevo zar
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Putin  presidió  las  ceremonias  de  clausura  en  Sochi  en  la  noche  del  23  de
               febrero, después de dejar una corona en la Tumba del Soldado Desconocido
               en  Moscú  por  la  mañana.  Los  Juegos  Olímpicos  no  solo  desafiaron  los

               pronósticos de catástrofes más terribles, sino que también terminaron con el
               triunfo de los atletas rusos, que ganaron la mayoría de las medallas de oro —
               trece—  y  la  mayoría  total  de  medallas  —treinta  y  tres—.  Ahora,  en  el

               momento de gloria de Rusia, tras años de preparaciones, las convulsiones en
               Ucrania lo eclipsaron todo. El hecho de que un acto de dieciséis días hubiese
               cobrado tanta importancia simbólica e ideológica para Putin y para Rusia solo

               hizo que el levantamiento en Ucrania pareciera aún más humillante; algunos
               de los simpatizantes de Putin pensaban que realmente había sido incitado para
               estropear  el  momento.  Putin  pasó  las  horas  previas  a  las  ceremonias  de

               clausura  —otra  generosa  oda  a  Rusia,  con  incluso  un  guiño  intencional  y
               autocrítico a la metida de pata con el copo de nieve durante la ceremonia de

               apertura— quejándose por teléfono a Angela Merkel porque los europeos no
               habían  hecho  cumplir  el  acuerdo  que  había  firmado  Yanukóvich,  como  si
               ellos hubieran podido obligarlo a permanecer en Kiev.

                    Ese día en Sochi, Putin no dijo nada públicamente acerca de Ucrania, ni al

               día  siguiente,  cuando  ofreció  un  desayuno  para  el  comité  organizador,
               condecoró a los medallistas rusos y plantó treinta y tres árboles, uno por cada
               medalla.  No  diría  nada,  de  hecho,  durante  nueve  días,  ni  siquiera  mientras

               ponía  en  marcha  una  operación  secreta  esa  mañana  del  23  de  febrero,  una
               operación que ni tan solo sus propios ministros previeron. El 25 de febrero se

               reunió con su Consejo de Seguridad nacional por segunda vez desde que la
               violencia había estallado en Kiev. Los doce miembros del consejo incluían a
               Medvédev,  los  ministros  de  Defensa,  Relaciones  Exteriores  e  Interior,  los
               líderes  de  ambas  cámaras  del  Parlamento  y  los  directores  de  inteligencia

               exterior  y  el  FSB.  Uno  de  ellos,  Valentina  Matvienko,  la  presidenta  del
               Consejo de la Federación, salió de la reunión y declaró que era imposible que

               Rusia interviniera militarmente en Ucrania para detener el caos.

                    Ni ella ni muchos otros en el Kremlin sabían entonces que Rusia ya lo
               había  hecho.  Putin  castigaría  a  Ucrania  desmembrándola.  Al  día  siguiente,
               anunció  un  repentino  ejercicio  militar  que  movilizó  a  decenas  de  miles  de

               tropas en Rusia occidental, así como al cuartel general de los comandos de
               defensa y fuerza aéreas. El ejercicio estaba planeado desde hacía meses, pero
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