Page 539 - El nuevo zar
P. 539

Guerra Fría.

                    La operación que Putin ordenó en Crimea reflejaba las lecciones que las
               fuerzas  militares  habían  aprendido  de  la  guerra  en  Georgia,  así  como  los
               beneficios  de  la  modernización  militar  que  él  había  supervisado  desde  que

               fuera primer ministro. El presupuesto militar de Rusia se había casi duplicado
               desde  2005  y  había  alcanzado  un  número  estimado  de  84.000  millones  de
               dólares en 2014. Solo era menor que el de Estados Unidos y China, pero en

               porcentaje  gastaba  más  de  su  producto  interior  bruto  que  cualquier  otra
               economía importante.[7] Los efectos de la modernización se manifestaron en
               nuevos  armamentos,  incluidos  barcos  y  aviones  de  combate  que  cada  vez

               competían más con las defensas aéreas de la OTAN y Estados Unidos, pero
               también en entrenamiento y equipamiento de sus fuerzas de élite, como las
               que  fueron  enviadas  a  Ucrania.  La  toma  de  Crimea  dejó  a  la  vista  una

               maquinaria militar más capaz —y, para otros vecinos en Europa, más ominosa
               — que ninguna desde la desintegración del Ejército Rojo. Combinaba poder

               duro y poder blando, velocidad y sigilo, confusión y propaganda implacable
               destinada a desviar la culpabilidad hasta que fuera demasiado tarde para hacer
               algo al respecto. Para cuando Putin reconoció que, de hecho, las fuerzas rusas
               habían tomado el control de toda la península antes del referéndum sobre su

               situación,  la  anexión  ya  era  un  hecho  consumado.  Y,  a  pesar  del  oprobio
               internacional, no se revertiría pronto.

                    Putin  se  apremió  a  justificar  la  anexión  y  sus  argumentos  cambiantes

               reverberaron por todo el establishment diplomático y militar y, por lo tanto,
               en los medios que el Kremlin controlaba. Alegó que Crimea había formado

               parte  del  Imperio  ruso  histórico,  que  en  tiempos  soviéticos  había  sido
               administrada  desde  Moscú  hasta  que  Nikita  Jrushchov  se  la  legó  a  la
               República Socialista de Ucrania en 1954, que seguía siendo hogar de la nueva
               Flota  del  Mar  Negro  de  Rusia,  que  el  nuevo  Gobierno  en  Ucrania  era

               ilegítimo,  que  el  pueblo  de  Crimea  había  votado  por  la  independencia  de
               Ucrania, que se enfrentaban a un peligro inminente de parte de merodeadores

               fascistas. A veces, simplemente reivindicaba una equivalencia moral, diciendo
               que  Estados  Unidos  había  invadido  otros  países,  de  modo  que  por  qué  no
               Rusia. La lógica más ominosa para muchos era que había intervenido para
               proteger a sus «compatriotas» rusos en Crimea, es decir, no a los ciudadanos

               de Rusia, sino a aquellos rusos que, como solía señalar, se vieron a la deriva
               en «países extranjeros» cuando, en 1991, la Unión Soviética se fragmentó en
   534   535   536   537   538   539   540   541   542   543   544