Page 541 - El nuevo zar
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grietas  étnicas  que  desgarraban  a  Ucrania  —como  otras  que  dejó  la
               fragmentación desordenada de la Unión Soviética— ahora se abrían, quizás,
               de forma irrevocable.






               Los estadounidenses y los europeos se vieron sorprendidos tanto por la jugada
               en Crimea como por el derramamiento de sangre en Kiev y el vuelo abrupto
               de  Yanukóvich  el  22  de  febrero.  La  primera  reacción  internacional  ante  la

               anexión  —y  la  agitación  en  Ucrania  oriental—  fue  confusa  y  paralizante,
               coartada por el subterfugio de Putin y la facilidad sorprendente con que miles

               de comandos rusos lograron tomar más de 25.000 kilómetros cuadrados de
               territorio poblado por casi dos millones de personas. En los días previos al
               referéndum de Crimea, los líderes de Europa y Estados Unidos esperaban que

               la  presión  diplomática  funcionara;  cuando  el  referéndum  siguió  su  curso  a
               pesar de todo, calcularon que la amenaza de castigo económico —y censura
               internacional— sería disuasión suficiente.

                    El 17 de marzo, el día posterior al referéndum, Estados Unidos y la Unión

               Europea  anunciaron  sanciones  contra  casi  una  docena  de  funcionarios  en
               Rusia y en Crimea, pero incluían solo a aquellos como Valentina Matvienko,

               del  Consejo  de  la  Federación,  y  al  antiguo  estratega  político  del  Kremlin
               Vladislav Surkov, quienes, aunque prominentes, no tenían influencia sobre las
               decisiones que Putin estaba tomando ahora. Putin no hizo caso a la respuesta
               inicial. Hizo a un lado las adustas advertencias no solo de Barack Obama, con

               quien las relaciones tras la prohibición de las adopciones, Edward Snowden y
               Siria ya eran irreparables, sino también de líderes como Angela Merkel, que

               seguía  siendo  el  homólogo  en  el  continente  más  interesado  en  mantener
               relaciones  estrechas  con  Rusia.  Puso  tan  a  prueba  la  credulidad  en  sus
               conversaciones con Merkel, denunciando las viles acciones europeas contra

               Rusia, que ella le hizo la confidencia a Obama de que creía que Putin estaba
               viviendo «en otro mundo».[8]

                    La  intransigencia  de  Putin  resultó  ser  unificadora  y  apuntaló  a  la
               oposición internacional. Rusia fue expulsada del G8, cuya cumbre anual iba a

               realizarse en el verano de 2014 en la recientemente reconstruida Sochi. Dos
               días después de la anexión, Estados Unidos aumentó las sanciones, seguido

               por la Unión Europea. Esta vez las sanciones apuntaban a los más allegados a
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