Page 81 - El nuevo zar
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Sobchak luego corrió a la cadena de televisión de la ciudad y habló en el
               aire  en  directo  esa  tarde,  junto  con  Shcherbakov  y  el  líder  legislativo
               provincial Yuri Yarov. Ambos habían sido anunciados como líderes locales
               del comité de emergencia, pero ahora resultaba claro para el público que no

               habían apoyado el golpe de Estado. Los canales nacionales de televisión en
               Moscú habían sido tomados, pero no así los canales de Leningrado, que aún

               transmitían  para  gran  parte  de  la  Unión  Soviética.  Dado  que  Shcherbakov
               estaba allí, asumiendo que ahora era él el responsable, el director de la cadena
               dejó que la transmisión prosiguiera.[41] Millones de personas escucharon las
               declaraciones de Sobchak y pudieron ver que el golpe tenía opositores. «Una

               vez más se intenta impedir el camino de nuestro pueblo hacia la libertad, la
               democracia  y  la  verdadera  independencia»,  comenzó  Sobchak.  Instó  a  la

               población a reunirse a la mañana siguiente en la plaza del Palacio. Se refirió a
               los líderes del golpe de Estado como «exministros» y, luego, sencillamente
               como «ciudadanos», la forma en que se llama a los acusados en los tribunales.

               [42]

                    Durante  todo  ese  primer  día  crucial,  Vladímir  Putin  permaneció  en  el
               complejo  hotelero  de  la  costa  a  más  de  800  kilómetros  de  distancia.  Se
               comunicó  con  Sobchak  por  teléfono  la  noche  del  19  de  agosto,  pero  no

               regresó  de  inmediato,  aunque  presumiblemente  podría  haberlo  hecho.  En
               cambio, esperó hasta el siguiente día, cuando tomó un vuelo regular desde

               Kaliningrado.[43]  Según  todos  los  testigos,  estaba  en  un  momento  de
               profunda  ambivalencia.  Un  año  y  medio  antes,  había  regresado  del
               desmoronado  imperio  soviético  en  Europa  Oriental  desalentado  por  lo  que
               consideraba la rendición de sus naciones camaradas, la humillante retirada de

               sus tropas y oficiales de inteligencia, y el triunfo de la OTAN, Occidente y el
               capitalismo.  Ahora,  la  Unión  Soviética  en  sí  parecía  deshilacharse;  sus

               repúblicas, incluida Rusia, se movían entrópicamente hacia la independencia.
               Todo  aquello  significaba  el  desmembramiento  de  su  país,  y  los  líderes  del
               golpe de Estado, diría él más tarde, simplemente querían detener ese proceso.

               Lo  consideraba  un  noble  objetivo.  El  director  del  KGB,  Kriuchkov,
               considerado  ampliamente  un  pelmazo  pomposo  y  confabulador,  era  en  su
               mente «un hombre muy decente».[44] Aunque las intenciones de Kriuchkov

               eran claras, las lealtades del KGB no lo eran. Muchos oficiales leales al nuevo
               Gobierno de Rusia ayudaron a Boris Yeltsin y a los que se oponían al golpe
               de  Estado  sirviéndose  de  la  inteligencia  secreta  y  hasta  la  prensa  escrita.
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