Page 74 - Cómo hacer que te pasen cosas buenas: Entiende tu cerebro, gestiona tus emociones, mejora tu vida (Spanish Edition)
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EL PERDÓN
El perdón es un acto de amor, una actitud superior ante los demás y ante la vida.
Perdonar es dar un bien tras recibir un daño. Es una forma especial de entrega y eleva al
ser humano.
No soy una ingenua, no ignoro la dificultad de perdonar determinadas conductas. No
es lo mismo excusar tras ser herido de forma insignificante que hacerlo tras sufrir de
forma importante y realmente dañina. El desprecio, la agresión injustificada, la
humillación, la traición, la infidelidad marital o la crítica contumaz pueden generar niveles
de sufrimiento tales que resulte muy difícil, por no decir casi imposible, su superación.
En Camboya escuché las historias más aterradoras y escalofriantes de mi vida.
Anotaba en libretas lo que llegaba a mis oídos y en alguna ocasión, al releerlas, he
acabado con lágrimas en los ojos. Quería ayudar a aquellas niñas prostituidas que habían
padecido cruelmente, pero no sabía cómo encontrar una salida a su sufrimiento. Desde
siempre he pensado que los psiquiatras y psicólogos ayudamos a la gente que sufre,
herida o bloqueada a encontrar una salida; pero en Camboya no sabía desde dónde
articular «la terapia».
Un día conocí a Mey, ella me dio una solución.
Conocí a Mey en un día plomizo y caluroso de agosto. Somaly[8] me había hablado
de una casa en los montes de Camboya que albergaba un centro para chicas muy
jóvenes. Al llegar al centro lo que observé se quedó plasmado en mi retina. Las niñas
vestían igual —para no marcar diferencias—: una camisa y pantalón de tipo floral-
hawaiano. Somaly se dirigía a ellas sentándose en el centro de la estancia. Había llegado
su maman y las niñas acudieron raudas a abrazarla. En algunas miradas se percibía una
tristeza profunda, ojos perdidos en un pasado doloroso y cruel. Las más pequeñas de
cinco o seis años revoloteaban y bailaban alrededor de ella. Otras, sentadas en las
esquinas, se mantenían inmóviles. Somaly, con su voz dulce, comenzó a contarles una
historia en jemer, su lengua. Poco a poco, las niñas más rezagadas se iban acercando
sentándose alrededor de ella; los semblantes cambiaban y se tornaban en caras menos
tensas y frías.
Mientras observaba la escena, una niña risueña con cara de pilla se acercó a mí. Me
presenté en mi jemer rudimentario y básico, pero suficiente para entablar una
conversación simple. Se llamaba Mey, tenía trece años y llevaba pocos meses en el
centro. Al ver mis problemas con el idioma me sonrió muy divertida y me dedicó unas
palabras en inglés. Estaba claro que iba a ser más sencillo comunicarse en su inglés que
con «mi jemer». Tras una breve conversación le pregunté si era feliz. Me contestó
fijamente:
—Ahora sí. Quiero ser periodista para escribir cuentos para niños para que sus madres
se los lean. Los cuentos tienen que tratar de cómo los padres quieren y cuidan a sus hijos
y no los venden para la prostitución.
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