Page 77 - Cómo hacer que te pasen cosas buenas: Entiende tu cerebro, gestiona tus emociones, mejora tu vida (Spanish Edition)
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pequeño, que intentaba saltar por la ventana, al que disparó. Durante las horas que
permaneció a su lado, Simon no musitó ni una palabra.
Las últimas palabras de Karl fueron:
—Estoy aquí con mi culpabilidad. En las últimas horas de mi vida tú estás aquí
conmigo. No sé quién eres, solamente sé que eres judío, y eso es suficiente. Sé que lo
que te he contado es terrible. Una y otra vez he anhelado hablar sobre ello con un judío
y suplicar su perdón. Sé que lo que estoy pidiendo es demasiado para ti, pero sin tu
respuesta no puedo morir en paz[10].
Simon no lo resistió y salió por la puerta. Su libro ahonda esta cuestión: «¿Debería
haberle perdonado?… ¿Fue mi silencio al lado del lecho de aquel nazi moribundo
arrepentido correcto o incorrecto? Esta es una profunda pregunta moral que desafía la
conciencia […]. El meollo del asunto es la cuestión del perdón. Olvidar es algo de lo que
solamente el tiempo se ocupa, pero perdonar es un acto de la voluntad y solamente el
que sufre está calificado para tomar la decisión».
La situación que he descrito provocó en Simon un gran dilema moral sobre la culpa, la
capacidad de perdonar y el arrepentimiento. En la segunda parte del libro, Los límites del
perdón, entrevistó a cincuenta y tres pensadores, intelectuales, políticos, líderes religiosos
—judíos, cristianos, budistas, testigos de los genocidios de Bosnia, Camboya, Tíbet y
China—, sobre qué habrían hecho en su lugar. Veintiocho de ellos respondieron que no
serían capaces de perdonar, dieciséis hablaron de que sí era posible y nueve no tenían
clara su postura. De los que sí apostaban por el perdón, la mayoría eran cristianos y
budistas. La posición del dalái lama basándose en el drama del Tíbet, era de apoyo al
perdón, pero sin olvidar para que nunca jamás puedan volver a suceder atrocidades
semejantes.
Este libro, que no llega a ninguna conclusión en este tema porque en última instancia
se trata de un tema de conciencia, representa un clásico sobre el perdón y la
reconciliación desde diferentes puntos de vista —tanto religiosos como personales—.
Perdonar no significa aceptar que lo que la otra persona cometió fuera aceptable o
comprensible. En ocasiones el crimen es tan atroz e inhumano que no existe forma de
descifrar la conducta del otro para que ello produzca un alivio. Pese a todo aun en esos
casos el perdón es necesario porque el dolor que genera no merece estar anclado en tu
mente. Por culpa de esa herida, de ese veneno, de ese resentimiento, puedes convertirte
en alguien amargado, al no ser capaz de soltarlo. Perdonar alivia el dolor causado, evita
el resentimiento y, por ello, abre a la víctima las puertas del futuro, que, sin él, estarían
inevitablemente cerradas. La capacidad de perdonar es exclusiva de la víctima, no
depende del arrepentimiento de quien provocó la ofensa. El perdón libera de cargas y
ayuda a seguir adelante aunque la causa sea terrible, aunque el que la provocó no se
arrepienta. En mi experiencia clínica, siempre compensa. El perdón es un trampolín, un
puente seguro para la liberación del dolor, pero en ocasiones puede resultar imposible.
Perdonar es ir al pasado y volver sano y salvo.
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