Page 119 - El Hobbit
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durante horas, pues Beorn les había dicho que tenían que alcanzar la entrada del
      bosque  temprano  al  cuarto  día,  y  cabalgaron  bastante  tiempo  después  del
      anochecer, bajo la luna. Cuando la luz iba desvaneciéndose, Bilbo pensó que a lo
      lejos, a la derecha o a la izquierda, veía la ensombrecida figura de un gran oso
      que  marchaba  en  la  misma  dirección.  Pero  si  se  atrevía  a  mencionárselo  a
      Gandalf, el mago sólo decía: —¡Silencio! Haz como si no lo vieses.
        Al  día  siguiente  partieron  antes  del  amanecer,  aunque  la  noche  había  sido
      corta.  Tan  pronto  como  se  hizo  de  día  pudieron  ver  el  bosque,  y  parecía  que
      viniese  a  reunirse  con  ellos,  o  que  los  esperara  como  un  muro  negro  y
      amenazador. El terreno empezó a ascender, y el hobbit se dijo que un silencio
      distinto  pesaba  ahora  sobre  ellos.  Los  pájaros  apenas  cantaban.  No  había
      venados, ni siquiera los conejos se dejaban ver. Por la tarde habían alcanzado los
      límites  del  Bosque  Negro,  y  descansaron  casi  bajo  las  ramas  enormes  que
      colgaban de los primeros árboles. Los troncos eran nudosos, las ramas retorcidas,
      las hojas oscuras y largas. La hiedra crecía sobre ellos y se arrastraba por el
      suelo.
        —¡Bien, aquí  tenemos  el  Bosque Negro! —dijo  Gandalf—.  El  bosque más
      grande del mundo septentrional. Espero que os agrade. Ahora tenéis que enviar
      de vuelta estos poneys excelentes que os han prestado.
        Los enanos quisieron quejarse, pero el mago les dijo que eran unos tontos. —
      Beorn no está tan lejos como vosotros pensáis, y de cualquier modo será mucho
      mejor que mantengáis vuestras promesas, pues él es un mal enemigo. Los ojos
      del señor Bolsón son más penetrantes que los vuestros, si no habéis visto de noche
      en la oscuridad un gran oso que caminaba a la par con nosotros, o se sentaba
      lejos a la luz de la luna, observando nuestro campamento. No sólo para guiaros y
      protegeros, sino también para vigilar los poneys. Beorn puede ser amigo vuestro,
      pero ama a sus animales como si fueran sus propios hijos. No tenéis idea de la
      amabilidad que ha demostrado permitiendo que unos enanos los monten, sobre
      todo  en  un  trayecto  tan  largo  y  fatigoso,  ni  de  lo  que  sucedería  si  intentaseis
      meterlos en el bosque.
        —¿Y qué hay del caballo? —dijo Thorin—. No dices nada sobre devolverlo.
        —No digo nada porque no voy a devolverlo.
        —¿Y qué pasa con tu promesa?
        —Déjala de mi cuenta. No devolveré el caballo, cabalgaré en él. —Entonces
      supieron que Gandalf iba a dejarlos en los mismísimos lindes del Bosque Negro,
      y  se  sintieron  desesperados.  Pero  nada  de  lo  que  dijesen  lo  haría  cambiar  de
      idea.
        —Todo esto lo hemos tratado ya antes, cuando hicimos un alto en la Carroca
      —dijo—.  No  vale  la  pena  discutir.  Como  ya  he  dicho,  tengo  un  asunto  que
      resolver,  lejos  al  sur;  y  no  puedo  perder  tiempo  con  todos  vosotros.  Quizá
      volvamos a encontrarnos antes de que esto se acabe, y puede que no. Eso sólo
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