Page 114 - El Hobbit
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—Es hora de dormir —dijo—, para nosotros, aunque no creo que para Beorn.
      En esta sala podemos descansar seguros, pero os aconsejo que no olvidéis lo que
      Beorn dijo antes de irse: no os paseéis por afuera hasta que el sol esté alto, pues
      sería peligroso.
        Bilbo descubrió que habían puesto unas camas a un lado de la sala, sobre una
      especie  de  plataforma  entre  los  pilares  y  la  pared  exterior.  Para  él  había  un
      pequeño edredón de paja y unas mantas de lana. Se metió entre las mantas muy
      complacido, como si se tratara de un día de verano. El fuego ardía bajo cuando
      al fin se durmió. Sin embargo, despertó por la noche: el fuego era ahora sólo unas
      pocas ascuas; los enanos y Gandalf respiraban tranquilos, y parecía que dormían;
      la  luna  alta  proyectaba  en  el  suelo  una  luz  blanquecina,  que  entraba  por  el
      agujero  del  tejado.  Se  oyó  un  gruñido  fuera,  y  el  ruido  de  un  animal  que  se
      restregaba contra la puerta. Bilbo se preguntaba qué sería, y si podría ser Beorn
      en forma encantada, y si entraría como un oso para matarlos. Se hundió bajo las
      mantas y escondió la cabeza, y de nuevo se quedó dormido, aún a pesar de todos
      sus miedos.
      Era ya avanzada la mañana cuando despertó. Uno de los enanos se había caído
      encima de él en las sombras, y había rodado desde la plataforma al suelo con un
      fuerte topetazo. Era Bofur, quien se quejaba cuando Bilbo abrió los ojos.
        —Levántate, gandul —le dijo Bofur—, o no habrá ningún desayuno para ti.
        Bilbo se puso en pie de un salto.
        —¡Desayuno! —gritó—. ¿Dónde está el desayuno?
        —La mayor parte dentro de nosotros —respondieron los otros enanos que se
      paseaban por la sala—, y el resto en la veranda. Hemos estado buscando a Beorn
      desde  que  amaneció,  pero  no  hay  señales  de  él  por  ninguna  parte,  aunque
      encontramos el desayuno servido tan pronto como salimos.
        —¿Dónde está Gandalf? —preguntó Bilbo partiendo a toda prisa en busca de
      algo que comer.
        —Bien —le dijeron—, fuera quizá, por algún lado. —Pero Bilbo no vio rastro
      del mago en todo el día hasta entrada la tarde. Poco antes de la puesta del sol,
      Gandalf  entró  en  la  sala,  donde  el  hobbit  y  los  enanos,  bien  atendidos  por  los
      magníficos  animales  de  Beorn,  se  encontraban  cenando,  como  habían  estado
      haciendo a  lo  largo  del  día. De  Beorn  no  habían visto  ni  sabido  nada  desde  la
      noche anterior, y empezaban a inquietarse.
        —¿Dónde está nuestro anfitrión, y dónde has pasado el día? —gritaron todos.
        —¡Una  pregunta  por  vez,  y  no  hasta  después  de  haber  comido!  No  he
      probado bocado desde el desayuno.
        Al fin Gandalf apartó el plato y la jarra (se había comido dos hogazas de pan
      enteras, con abundancia de mantequilla, miel y crema cuajada, y había bebido
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