Page 111 - El Hobbit
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magos no cuenten como los demás. Pero ahora, por favor, sigue con la historia.
      —Beorn  trató  de  disimularlo,  pero  en  verdad  la  historia  había  empezado  a
      interesarle, pues en otros tiempos había conocido esa parte de las montañas que
      Gandalf  describía  ahora.  Movió  la  cabeza  y  gruñó  cuando  oyó  hablar  de  la
      reaparición del hobbit, de cómo tuvieron que gatear por el sendero de piedra y
      del círculo de lobos entre los árboles.
        Cuando Gandalf contó cómo treparon a los árboles con todos los lobos debajo,
      Beorn se levantó, dio unas zancadas y murmuró: —¡Ojalá hubiese estado allí!
      ¡Les hubiese dado algo más que fuegos artificiales!
        —Bien —dijo Gandalf, muy contento al ver que su historia estaba causando
      buena  impresión—,  hice  todo  lo  que  pude.  Allí  estábamos,  con  los  lobos
      volviéndose locos debajo de nosotros, y el bosque empezando a arder por todas
      partes,  cuando  bajaron  los  trasgos  de  las  colinas  y  nos  descubrieron.  Daban
      alaridos de placer y cantaban canciones burlándose de nosotros. Quince pájaros
      en cinco abetos…
        —¡Cielos!  —gruñó  Beorn—.  No  me  vengáis  ahora  conque  los  trasgos  no
      pueden contar. Pueden. Doce no son quince, y ellos lo saben.
        —Y  yo  también.  Estaban  además  Bifur  y  Bofur.  No  me  he  aventurado  a
      presentarlos antes, pero aquí los tienes.
        Adentro pasaron Bifur y Bofur. —¡Y yo! —gritó el gordo Bombur jadeando
      detrás, enfadado por haber quedado último.
        Se negó a esperar cinco minutos, y había venido detrás de los otros dos.
        —Bien,  ahora  aquí  están,  los  quince;  y  ya  que  los  trasgos  saben  contar,
      imagino  que  eso  es  todo  lo  que  había  allí  arriba  en  los  árboles.  Ahora  quizá
      podamos acabar la historia sin más interrupciones.
        El  señor  Bolsón  comprendió  entonces  qué  astuto  había  sido  Gandalf.  Las
      interrupciones habían conseguido que Beorn se interesase más en la historia, y
      esto  había  impedido  que  expulsase  enseguida  a  los  enanos  como  mendigos
      sospechosos. Nunca invitaba gente a su casa, si podía evitarlo. Tenía muy pocos
      amigos y vivían bastante lejos; y nunca invitaba a más de dos a la vez. ¡Y ahora
      tenía quince extraños sentados en el porche!
        Cuando  el  mago  concluía  su  relato,  y  mientras  contaba  el  rescate  de  las
      águilas y de cómo los habían llevado a la Carroca, el sol ya se ocultaba detrás de
      las Montañas Nubladas y las sombras se alargaban en el jardín de Beorn:
        —Un relato muy bueno —dijo—. El mejor que he oído desde hace mucho
      tiempo.  Si  todos  los  pordioseros  pudiesen  contar  uno  tan  bueno,  llegaría  a
      parecerles más amable. Es posible, claro, que lo hayáis inventado todo, pero aun
      así merecéis una cena por la historia. ¡Vamos a comer algo!
        —¡Sí, por favor! —exclamaron todos juntos—. ¡Muchas gracias!
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