Page 107 - El Hobbit
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del seto, llevando consigo al hobbit aterrorizado.
        Pronto  llegaron  a  una  cancela  de  madera,  alta  y  ancha,  y  desde  allí,  a  lo
      lejos, podían ver jardines y edificios de madera, algunos con techo de paja y
      paredes de leños informes: graneros, establos y una casa grande y de techo bajo,
      todo  de  madera.  Dentro,  al  fondo  del  gran  seto,  había  hileras  e  hileras  de
      colmenas con cubiertas acampanadas de paja. El ruido de las abejas gigantes
      que volaban de un lado a otro y pululaban dentro y fuera, colmaba el aire.
        El  mago  y  el  hobbit  empujaron  la  cancela  pesada  y  crujiente,  y
      descendieron por un sendero ancho hacia la casa. Algunos caballos muy lustrosos
      y  bien  almohazados  trotaban  pradera  arriba  y  los  observaban  con  expresión
      inteligente; después fueron al galope hacia los edificios.
        —Han ido a comunicarle la llegada de forasteros —dijo Gandalf.
        Pronto entraron en un patio, tres de cuyas paredes estaban formadas por la
      casa de madera y las dos largas alas. En medio había un grueso tronco de roble,
      con muchas ramas desmochadas al lado. Cerca, de pie, los esperaba un hombre
      enorme de barba espesa y pelinegro, con brazos y piernas desnudos, de músculos
      abultados. Vestía una túnica de lana que le caía hasta las rodillas, y se apoyaba en
      una gran hacha. Los caballos pegaban los morros al hombro del gigante.
        —¡Uf! ¡Aquí están! —dijo a los caballos—. No parecen peligrosos. ¡Podéis
      iros! —Rió con una risa atronadora, bajó el hacha, y se adelantó. —¿Quiénes sois
      y  qué  queréis?  —preguntó  malhumorado,  de  pie  delante  de  ellos  y
      encumbrándose  por  encima  de  Gandalf;  en  cuanto  a  Bilbo,  bien  podía  haber
      trotado por entre las piernas del hombre sin necesitar agachar la cabeza para no
      rozar el borde de la túnica marrón.
        —Soy Gandalf —dijo el mago.
        —Nunca  he  oído  hablar  de  él  —gruñó  el  hombre—.  Y  ¿qué  es  este
      pequeñajo? —dijo, y se inclinó y miró al hobbit frunciendo las cejas negras y
      espesas.
        —Éste es el señor Bolsón, un hobbit de buena familia y reputación impecable
      —dijo Gandalf. Bilbo hizo una reverencia, no tenía sombrero que quitarse y se
      sentía molesto pensando que le faltaban algunos botones—. Yo soy un mago —
      continuó Gandalf—. He oído hablar de ti, aunque tú no de mí; pero quizá algo
      sepas de mi buen primo Radagast, que vive cerca de la frontera meridional del
      Bosque Negro.
        —Sí; no es un mal hombre, tal como andan hoy los magos, creo. Solía verlo
      con bastante frecuencia —dijo Beorn—. Bien, ahora sé quién eres, o quién dices
      que eres. ¿Qué deseas?
        —Para  serte  sincero,  hemos  perdido  el  equipaje  y  casi  el  camino,  y
      necesitamos ayuda, o al menos consejo. Diría que hemos pasado un rato bastante
      malo con los trasgos, allá en las montañas.
        —¿Trasgos? —dijo el hombrón menos malhumorado—. Ajá, ¿así que habéis
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