Page 104 - El Hobbit
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—¡Buen viaje! —gritaron—. ¡Dondequiera que vayáis, hasta que los nidos os
reciban al final de la jornada! —una fórmula de cortesía común entre estas aves.
—Que el viento bajo las alas os sostenga allá donde el sol navega y la luna
camina —respondió Gandalf, que conocía la respuesta correcta.
Y de este modo partieron. Y aunque el Señor de las Águilas llegó a ser Rey
de Todos los Pájaros, y tuvo una corona de oro, y los quince lugartenientes
llevaron collares de oro (fabricados con el oro de los enanos), Bilbo nunca volvió
a verlos, excepto en la batalla de los Cinco Ejércitos, lejos y arriba. Pero como
esto ocurre al final de la historia, por ahora no diremos más.
Había un espacio liso en la cima de la colina de piedra y un sendero de
gastados escalones que descendían hasta el río; y un vado de piedras grandes y
chatas llevaba a la pradera del otro lado. Allí había una cueva pequeña
(acogedora y con suelo de guijarros), al pie de los escalones, casi al final del
vado pedregoso. El grupo se reunió en la cueva y discutió lo que se iba a hacer.
—Siempre quise veros a todos a salvo (si era posible) del otro lado de las
montañas —dijo el mago—, y ahora, gracias al buen gobierno y a la buena
suerte, lo he conseguido. En realidad hemos avanzado hacia el este más de lo que
yo deseaba, pues al fin y al cabo ésta no es mi aventura. Puedo venir a veros
antes que todo concluya, pero mientras tanto he de atender otro asunto urgente.
Los enanos gemían y parecían desolados, y Bilbo lloraba. Habían empezado
a creer que Gandalf los acompañaría durante todo el trayecto y estaría siempre
allí para sacarlos de cualquier dificultad.
—No desapareceré en este mismo instante —dijo el mago—. Puedo daros un
día o dos más. Quizá llegue a echaros una mano en este apuro, y yo también
necesito una pequeña ayuda. No tenemos comida, ni equipaje, ni poneys que
montar; y no sabéis dónde estáis ahora. Yo puedo decíroslo. Estáis todavía
algunas millas al norte del sendero que tendríamos que haber tomado, si no
hubiésemos cruzado la montaña con tanta prisa. Muy poca gente vive en estos
parajes, a menos que hayan venido desde la última vez que estuve aquí abajo,
hace ya varios años. Pero conozco a alguien que vive no muy lejos. Ese Alguien
talló los escalones en la gran roca, la Carroca creo que la llama. No viene a
menudo por aquí, desde luego no durante el día, y no vale la pena esperarlo. A
decir verdad, sería muy peligroso hacerlo. Ahora tenemos que salir y
encontrarlo; y si todo va bien en dicho encuentro, creo que partiré y os desearé
como las águilas « buen viaje adondequiera que vayáis» .
Le pidieron que no los dejase. Le ofrecieron oro del dragón y plata y joyas,
pero el mago no se inmutó.
—¡Nos veremos, nos veremos! —dijo—, y creo que ya me he ganado algo
de ese oro del dragón, cuando le echéis mano.