Page 99 - El Hobbit
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tenido que escapar de los lobos). De manera que podéis imaginar cómo le daba
      vueltas ahora la cabeza, cuando miraba hacia abajo entre los colgantes dedos de
      los pies y veía las tierras oscuras que se ensanchaban debajo, tocadas aquí y allá
      por la luz de la luna en la roca de una ladera o en un arroyo de los llanos.
        Los picos de las montañas se estaban acercando; puntas rocosas iluminadas
      por la luna asomaban entre las sombras negras. Verano o no, el aire parecía muy
      frío. Cerró los ojos y se preguntó si sería capaz de seguir sosteniéndose así mucho
      más. Luego imaginó qué sucedería si no aguantaba. Se sintió enfermo.
        El vuelo terminó justo a tiempo para Bilbo, justo antes de que aflojara las
      manos. Se soltó de los tobillos de Dori con un grito sofocado y cayó sobre la tosca
      plataforma de un aguilero. Allí quedó un rato tendido sin decir una palabra, con
      pensamientos que eran una mezcla de sorpresa por haberse salvado del fuego y
      de miedo a caer de aquel sitio estrecho a las espesas sombras de ambos lados.
      Sentía la cabeza verdaderamente muy rara en aquel momento, después de las
      espantosas  aventuras  de  los  tres  últimos  días,  casi  sin  nada  para  comer,  y  de
      pronto se encontró diciendo en voz alta: —¡Ahora sé cómo se siente un trozo de
      panceta cuando  la  sacan  de pronto  de  la  sartén  con un  tenedor  y  la  ponen de
      vuelta en la alacena!
        —¡No, no lo sabes! —oyó que Dori respondía—, pues la panceta sabe que
      volverá, tarde o temprano, a la sartén; y es de esperar que nosotros no. ¡Además
      las águilas no son tenedores!
        —¡Oh, no! No se parecen nada a pájaros ponedores, tenedores, quiero decir
      —contestó Bilbo incorporándose y observando con ansiedad al águila que estaba
      posada  cerca.  Se  preguntó  qué  otras  tonterías  habría  estado  diciendo,  y  si  el
      águila lo consideraría ofensivo. ¡Uno no ha de ser grosero con un águila si sólo
      tiene el tamaño de un hobbit y está de noche en el aguilero!
        El  águila  se  afiló  el  pico  en  una  roca  y  se  alisó  las  plumas,  sin  prestar
      atención.
        Pronto llegó volando otra águila. —El Señor de las Águilas te ordena traer a
      tus prisioneros a la Gran Repisa —chilló y se fue. La otra tomó a Dori en sus
      garras y partió volando con él hacia la noche, dejando a Bilbo completamente
      solo. Las pocas fuerzas que le quedaban le alcanzaban apenas para preguntarse
      qué habría querido decir el águila con « prisioneros» , y ya empezaba a pensar
      que lo abrirían en dos como un conejo para la cena, cuando le llegó el turno.
        El águila regresó, lo agarró por el dorso de la chaqueta, y se lanzó fuera. Esta
      vez el vuelo fue corto. Muy pronto Bilbo estuvo tumbado, temblando de miedo,
      en una amplia repisa en la ladera de la montaña. No había manera de descender
      hasta  allí,  sino  volando;  y  no  había  sendero  para  bajar  excepto  saltando  a  un
      precipicio.  Allí  encontró  a  todos  los  otros,  sentados  de  espaldas  a  la  pared
      montañosa. El Señor de las Águilas estaba también allí y hablaba con Gandalf.
        Quizá a Bilbo no se lo iban a comer, después de todo. El mago y el águila
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