Page 95 - El Hobbit
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ver a la gente en los árboles, podía distinguir los movimientos de los lobos y los
minúsculos destellos de fuego, y oía los aullidos y gañidos que se elevaban tenues
desde allá abajo. También pudo ver el destello de la luna en las lanzas y yelmos
de los trasgos, cuando unas largas hileras de esta gente malvada se arrastraron
con cautela, bajando las laderas de la colina desde la entrada a los túneles, y
serpenteando en el bosque.
Las águilas no son aves bondadosas. Algunas son cobardes y crueles. Pero la
raza ancestral de las montañas del norte era la más grande entre todas. Altivas y
fuertes, y de noble corazón, no querían a los trasgos, ni los temían. Cuando les
prestaban alguna atención (lo que era raro, pues no se alimentaban de tales
criaturas), se precipitaban sobre ellos y los obligaban a retirarse chillando a las
cuevas, y detenían cualquier maldad en que estuviesen empeñados. Los trasgos
odiaban a las águilas y les tenían miedo, pero no podían alcanzar aquellos
encumbrados sitiales, ni sacarlas de las montañas.
Esa noche el Señor de las Águilas tenía mucha curiosidad por saber qué se
estaba tramando; de modo que convocó a otras águilas, y juntas volaron desde
las cimas, y trazando círculos lentamente, siempre girando y girando, bajaron y
bajaron y bajaron hacia el anillo de los lobos y el sitio en que se reunían los
trasgos.
¡Algo muy bueno, por cierto! Cosas espantosas habían estado sucediendo allí
abajo. Los lobos alcanzados por las llamas habían huido al bosque, y habían
prendido fuego en varios sitios. Era pleno verano, y en este lado oriental de las
montañas había llovido poco en los últimos tiempos. Helechos amarillentos,
ramas caídas, espesas capas de agujas de pino, y aquí y allá árboles secos,
pronto empezaron a arder. Todo alrededor del claro de los wargos el fuego se
elevaba en llamaradas. Pero los lobos guardianes no abandonaban los árboles.
Enloquecidos y coléricos saltaban y aullaban al pie de los troncos, y maldecían a
los enanos en aquel horrible lenguaje, con las lenguas fuera y los ojos brillantes
tan rojos y fieros como las llamas.
Entonces, de súbito, los trasgos llegaron corriendo y aullando. Pensaban que
se estaba librando una batalla contra los hombres de los bosques, pero pronto
advirtieron lo que ocurría. Unos pocos llegaron a sentarse y rieron. Otros
blandieron las lanzas y golpearon los mangos contra los escudos. Los trasgos no
temen al fuego, y pronto tuvieron un plan que les pareció de lo más divertido.
Algunos reunieron a todos los lobos en una manada. Otros apilaron helechos y
brezos alrededor de los troncos, y se precipitaron en torno, y pisotearon y
golpearon, golpearon y pisotearon, hasta que apagaron casi todos los fuegos, pero
no los más próximos a los árboles donde estaban los enanos. Estos fuegos los
alimentaron con hojas, ramas secas y helechos. Pronto un anillo de humo y
llamas rodeó a los enanos, un anillo que no crecía hacia fuera, pero que se iba
cerrando lentamente, hasta que el fuego lamió la leña apilada bajo los árboles. El