Page 90 - El Hobbit
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No había lobos que vivieran cerca del agujero del señor Bolsón, pero conocía
el sonido. Se lo habían descrito a menudo en cuentos y relatos. Uno de sus primos
mayores (por la rama Tuk), que había sido un gran viajero, los imitaba a menudo
para aterrorizarlo. Oírlos ahora en el bosque bajo la luna era demasiado para
Bilbo. Ni siquiera los anillos mágicos son muy útiles contra los lobos, en especial
contra las manadas diabólicas que vivían a la sombra de las montañas infestadas
de trasgos, más allá de los límites de las tierras salvajes, en las fronteras de lo
desconocido. ¡Los lobos de esta clase tienen un olfato más fino que los trasgos!
¡Y no necesitan verte para atraparte!
—¡Qué haremos, qué haremos! —gritó—. ¡Salir de trasgos para caer en
lobos! —dijo, y esto llegó a ser un proverbio, aunque ahora decimos « de la
sartén al fuego» en las situaciones incómodas de este tipo.
—¡A los árboles, rápido! —gritó Gandalf; y corrieron hacia los árboles del
borde del claro, buscando aquellos de ramas bajas o bastante delgados para
escapar trepando por los troncos. Los encontraron con una rapidez insólita, como
podéis imaginar; y subieron muy alto confiando como nunca en la firmeza de las
ramas. Habríais reído (desde una distancia segura) si hubieseis visto a los enanos
sentados arriba, en los árboles, las barbas colgando, como viejos caballeros
chiflados que jugaban a ser niños. Fili y Kili habían subido a la copa de un alerce
alto que parecía un enorme árbol de Navidad. Dori, Nori, Ori, Oin y Gloin
estaban más cómodos en un pino elevado con ramas regulares que crecían a
intervalos, como los rayos de una rueda. Bifur, Bofur, Bombur y Thorin estaban
en otro pino próximo. Dwalin y Balin habían trepado con rapidez a un abeto
delgado, escaso de ramas, y estaban intentando encontrar un lugar para sentarse
entre el follaje de la copa. Gandalf, que era bastante más alto que el resto, había
encontrado un árbol inaccesible para los otros, un pino grande que se levantaba
en el mismísimo borde del claro. Estaba bastante oculto entre las ramas pero,
cuando asomaba la luna, se le podía ver el brillo de los ojos.
¿Y Bilbo? No pudo subir a ningún árbol, y corría de un tronco a otro, como un
conejo que no encuentra su madriguera mientras un perro lo persigue
mordiéndole los talones.
—¡Otra vez has dejado atrás al saqueador! —dijo Nori a Dori mirando abajo.
—No me puedo pasar la vida cargando saqueadores —dijo Dori—, ¡túneles
abajo y árboles arriba! ¿Qué te crees que soy? ¿Un mozo de cuerda?
—Se lo comerán si no hacemos algo —dijo Thorin, pues ahora había aullidos
todo alrededor, acercándose más y más—. ¡Dori! —llamó, pues Dori era el que
estaba más abajo, en el árbol más fácil de escalar—. ¡Ve rápido, y dale una
mano al señor Bolsón!
Dori era en realidad un buen muchacho a pesar de que protestara gruñendo.
El pobre Bilbo no consiguió alcanzar la mano que le tendían aunque el enano
descendió a la rama más baja y estiró el brazo todo lo que pudo. De modo que