Page 85 - El Hobbit
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matorrales y arbustos. En una de estas cañadas, bajo los arbustos, había gente
hablando.
Se arrastró todavía más cerca, y de súbito vio, asomado entre dos grandes
peñascos, una cabeza con capuchón rojo: era Balin, que oteaba alrededor. Bilbo
tenía ganas de palmotear y gritar de alegría, pero no lo hizo. Todavía llevaba
puesto el anillo, por miedo de encontrar algo inesperado y desagradable, y vio
que Balin estaba mirando directamente hacia él sin verlo.
« Les daré a todos una sorpresa» , pensó mientras se metía a gatas entre los
arbustos del borde de la cañada. Gandalf estaba deliberando con los enanos.
Hablaban de todo lo que había ocurrido en los túneles, preguntándose y
discutiendo qué irían a hacer ahora. Los enanos refunfuñaban, y Gandalf decía
que de ninguna manera podían continuar el viaje dejando al señor Bolsón en
manos de los trasgos, sin tratar de saber si estaba vivo o muerto, y sin tratar de
rescatarlo.
—Al fin y al cabo es mi amigo —dijo Gandalf—, y una buena persona. Me
siento responsable. Ojalá no lo hubieseis perdido.
Los enanos querían saber ante todo por qué razones lo habían traído con ellos,
por qué no había podido mantenerse cerca y venir también, y por qué el mago
no había elegido a alguien más sensato. —Hasta ahora ha sido una carga de poco
provecho —dijo uno—. Si tenemos que regresar a esos túneles abominables a
buscarlo, entonces maldito sea, digo yo.
Gandalf contestó enfadado: —Lo traje, y no traigo cosas que no sean de
provecho. O me ayudáis a buscarlo, o me voy y os dejo aquí para que salgáis de
este embrollo como mejor podáis. Si al menos lo encontráramos, me lo
agradeceríais antes de que haya pasado todo. ¿Por qué tuviste que dejarlo caer,
Dori?
—¡Tú mismo lo habrías dejado caer —dijo Dori—, si de pronto un trasgo te
hubiese aferrado las piernas por detrás en la oscuridad, te hiciese tropezar, y te
patease la espalda!
—En ese caso, ¿por qué no lo recogiste de nuevo?
—¡Cielos! ¡Y aún me lo preguntas! ¡Los trasgos luchando y mordiendo en la
oscuridad, todos cayendo sobre otros cuerpos y golpeándose! Tú casi me
tronchas la cabeza con Glamdring, y Thorin daba tajos a diestra y siniestra con
Orcrist. De pronto echaste una de esas luces que enceguecen y vimos que los
trasgos retrocedían aullando. Gritaste: « ¡Seguidme todos!» , y todos tenían que
haberte seguido. Creímos que todos lo hacían. No hubo tiempo para contar, como
tú sabes muy bien, hasta que nos abrimos paso entre los centinelas, salimos por la
puerta más baja, y descendimos hasta aquí atropellándonos. Y aquí estamos, sin
el saqueador, ¡que el cielo lo confunda!
—¡Y aquí está el saqueador! —dijo Bilbo adelantándose y metiéndose entre
ellos, y quitándose el anillo.