Page 82 - El Hobbit
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pobrecito hobbit se escurrió aquí y allá, fue derribado por un trasgo que no pudo
      entender con qué había tropezado, escapó a gatas, se deslizó entre las piernas del
      capitán, se puso de pie, y salió corriendo hacia la puerta.
        La puerta estaba abierta, pero un trasgo la había entornado todavía más. Bilbo
      empujó,  y  no  consiguió  moverla.  Trató  de  escurrirse  por  la  abertura  y  quedó
      atrapado. ¡Era horrible! Los botones se le habían encajado entre el canto y la
      jamba  de  la  puerta.  Allí  fuera  alcanzaba  a  ver  el  aire  libre:  había  unos  pocos
      escalones que descendían a un valle estrecho con montañas altas alrededor: el sol
      apareció  detrás  de  una  nube  y  resplandeció  más  allá  de  la  puerta;  pero  él  no
      podía cruzarla.
        De pronto, uno de los trasgos que estaban dentro gritó: —¡Hay una sombra al
      lado de la puerta! ¡Algo está ahí fuera!
        A Bilbo el corazón se le subió a la boca. Se retorció, aterrorizado. Los botones
      saltaron en todas direcciones. Atravesó la puerta, con la chaqueta y el chaleco
      rasgados,  y  brincó  escalones  abajo  como  una  cabra,  mientras  los  trasgos
      desconcertados recogían aún los preciosos botones de latón, caídos en el umbral.
        Por supuesto, enseguida bajaron tras él, persiguiéndolo, gritando y ululando
      por entre los árboles. Pero el sol no les gusta: les afloja las piernas, y la cabeza
      les da vueltas. No consiguieron encontrar a Bilbo, que llevaba el anillo puesto, y
      se escabullía entre las sombras de los árboles, corriendo rápido y en silencio y
      manteniéndose  apartado  del  sol;  pronto  volvieron  gruñendo  y  maldiciendo  a
      guardar la puerta. Bilbo había escapado.
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