Page 87 - El Hobbit
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Tenía  sus  propias  preguntas  que  hacer  ahora,  pues  si  Gandalf  ya  había
      explicado  todo  a  los  enanos,  Bilbo  no  lo  había  oído  aún.  Quería  saber  cómo
      Gandalf había vuelto a aparecer, y qué habían convenido hasta ese momento.
        El mago, a decir verdad, nunca se molestaba por tener que explicar de nuevo
      sus  habilidades,  de  modo  que  ahora  le  dijo  a  Bilbo  que  tanto  Elrond  como  él
      estaban bien enterados de la presencia de trasgos malvados en esa parte de las
      montañas. Pero la entrada principal miraba antes a un desfiladero distinto, más
      fácil de cruzar, y a menudo apresaban a gente ignorante cerca de las puertas.
      Era evidente que los viajeros ya no tomaban ese camino, y los trasgos habían
      abierto hacía poco una nueva entrada en lo alto de la senda que habían tomado
      los enanos, pues hasta entonces había sido un paso seguro.
        —Tendría  que  salir  a  buscar  un  gigante  más  o  menos  decente  para  que
      bloquee otra vez la puerta —dijo el mago—, o pronto no habrá modo de cruzar
      las montañas.
        Tan pronto como Gandalf había oído el aullido de Bilbo, comprendió lo que
      había pasado. Luego del relámpago que había fulminado a los trasgos que se le
      echaban  encima,  se  había  metido  corriendo  en  la  grieta,  justo  cuando  iba  a
      cerrarse. Siguió detrás de los trasgos y prisioneros hasta el borde de la gran sala,
      y allí se sentó, preparando la mejor magia posible entre las sombras.
        —Fue un asunto muy delicado —dijo—. Francamente difícil.
        Pero  Gandalf,  por  supuesto,  había  hecho  un  estudio  especial  de  los
      encantamientos con fuego y luces (hasta el mismo hobbit, como recordaréis, no
      había olvidado aquellos mágicos fuegos de artificio en las fiestas del Viejo Tuk,
      las noches del solsticio de verano). El resto ya lo sabemos, excepto que Gandalf
      conocía  perfectamente  la  puerta  trasera,  como  los  trasgos  denominaban  a  la
      entrada inferior, donde Bilbo había perdido sus botones. En realidad, cualquiera
      que conociese aquella parte de las montañas conocía también la entrada inferior,
      pero había que ser un mago para no perder la cabeza en los túneles y seguir la
      dirección correcta.
        —Construyeron esa entrada hace siglos —dijo—, en parte como una vía de
      escape, si necesitaban una, en parte como un camino de salida hacia las tierras
      de más allá, donde todavía merodean en la noche y causan gran daño. La vigilan
      siempre,  y  nadie  jamás  ha  conseguido  bloquearla.  La  vigilarán  doblemente  a
      partir de ahora. —Gandalf se rió.
        Los demás rieron con él. Al fin y al cabo, habían perdido bastantes cosas,
      pero habían matado al Gran Trasgo y a otros muchos, y habían escapado todos,
      y en verdad podía decirse que hasta ahora habían llevado la mejor parte.
        Pero  el  mago  hizo  que  volvieran  a  la  realidad.  —Tenemos  que  marchar
      enseguida, ahora que hemos descansado un poco —dijo—. Saldrán a centenares
      detrás de nosotros cuando caiga la noche; y ya las sombras se están alargando.
      Pueden oler nuestras huellas horas después de que hayamos pasado por algún
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