Page 88 - El Hobbit
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sitio. Tenemos que estar a muchas millas de aquí antes del anochecer. Habrá algo
de luna, si el cielo se mantiene despejado, lo que es una suerte. No es que a ellos
les importe demasiado la luna, pero un poco de luz ayudará a que no nos
extraviemos.
» ¡Oh, sí! —dijo en respuesta a más preguntas del hobbit—. Perdiste la noción
del tiempo en los túneles de los trasgos. Hoy es jueves, y fuimos capturados la
noche del lunes o la mañana del martes. Hemos recorrido millas y millas,
bajamos atravesando el corazón mismo de las montañas, y ahora estamos al otro
lado; todo un atajo. Mas no estamos en el punto al que nos hubiese llevado el
desfiladero; estamos demasiado al norte, y tenemos por delante una región algo
desagradable. Y nos encontramos aún a bastante altura. ¡De modo que en
marcha!
—Estoy tan terriblemente hambriento —gimió Bilbo, quien de pronto advirtió
que no había probado bocado desde la noche anterior a la noche anterior a la
última noche. ¡Quién lo hubiera pensado de un hobbit! Sentía el estómago flojo y
vacío, y las piernas muy inseguras, ahora que la excitación había concluido.
—No puedo remediarlo —dijo Gandalf—, a menos que quieras volver y
pedir amablemente a los trasgos que te devuelvan el poney y los bultos.
—¡No, gracias! —respondió Bilbo.
—Muy bien entonces, no nos queda más que apretarnos los cinturones y
marchar sin descanso… o nos convertiremos en cena, y eso sería mucho peor
que no tenerla nosotros.
Mientras marchaban, Bilbo buscaba por todos lados algo para comer; pero las
moras estaban todavía en flor, y por supuesto no había nueces, ni tan siquiera
bayas de espino. Mordisqueó un poco de acedera, bebió de un pequeño arroyo de
la montaña que cruzaba el sendero, y comió tres fresas silvestres que encontró en
la orilla, pero no le sirvió de mucho.
Caminaron y caminaron. El accidentado sendero desapareció. Los arbustos y
las largas hierbas entre los cantos rodados, las briznas de hierba recortadas por los
conejos, el tomillo, la salvia, el orégano, y los heliantemos amarillos se
desvanecieron por completo, y los viajeros se encontraron en la cima de una
pendiente ancha y abrupta, de piedras desprendidas, restos de un deslizamiento
de tierras. Empezaron a bajar, y cada vez que apoyaban un pie en el suelo,
escorias y pequeños guijarros rodaban cuesta abajo; pronto trozos más grandes
de roca bajaron ruidosamente y provocaron que otras piedras de más abajo se
deslizaran y rodaran también; luego se desprendieron unos peñascos que
rebotaron, reventando con fragor en pedazos envueltos en polvo. Al rato, por
encima y por debajo de ellos, la pendiente entera pareció ponerse en
movimiento, y el grupo descendió en montón, en medio de una confusión
pavorosa de bloques y piedras que se deslizaban golpeando y rompiéndose.
Fueron los árboles del fondo los que los salvaron. Se deslizaron hacia el