Page 93 - El Hobbit
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expedicionarios estaban a salvo. Afortunadamente hacía calor y no había viento.
      Los  árboles  no  son  muy  cómodos  para  estar  sentados  en  ellos  un  largo  rato,
      cualquiera  que  sea  la  circunstancia,  pero  al  frío  y  al  viento,  con  lobos  que  te
      esperan abajo y alrededor, pueden ser sitios harto desagradables.
        Este claro en el anillo de árboles era evidentemente un lugar de reunión de los
      lobos. Más y más continuaban llegando. Unos pocos se quedaron al pie del árbol
      en  que  estaban  Dori  y  Bilbo,  y  los  otros  fueron  venteando  alrededor  hasta
      descubrir  todos  los  árboles  en  los  que  había  alguien.  Vigilaron  éstos  también,
      mientras el resto (parecían cientos y cientos) fue a sentarse en un gran círculo en
      el claro; y en el centro del círculo había un enorme lobo gris. Les habló en la
      espantosa lengua de los wargos. Gandalf la entendía. Bilbo no, pero el sonido era
      terrible, y parecía que sólo hablara de cosas malvadas y crueles, como así era.
      De vez en cuando todos los wargos del círculo respondían en coro al jefe gris, y
      el espantoso clamor sacudía al hobbit, que casi se caía del pino.
        Os diré lo que Gandalf oyó, aunque Bilbo no lo comprendiese. Los wargos y
      los  trasgos  colaboraban  a  menudo  en  acciones  perversas.  Por  lo  común,  los
      trasgos  no  se  alejan  de  las  montañas,  a  menos  que  se  los  persiga  y  estén
      buscando nuevos lugares, o marchen a la guerra (y me alegra decir que esto no
      ha  sucedido  desde  hace  largo  tiempo).  Pero  en  aquellos  días,  a  veces  hacían
      incursiones, en especial para conseguir comida o esclavos que trabajasen para
      ellos.  En  esos  casos,  conseguían  a  menudo  que  los  wargos  los  ayudasen,  y  se
      repartían el botín. A veces cabalgaban en lobos, así como los hombres montan en
      caballos. Ahora parecía que una gran incursión de trasgos había sido planeada
      para  aquella  misma  noche.  Los  wargos  habían  acudido  para  reunirse  con  los
      trasgos, y los trasgos llegaban tarde. La razón, sin duda, era la muerte del Gran
      Trasgo y toda la agitación causada por los enanos, Bilbo y Gandalf, a quienes
      quizá todavía buscaban.
        A pesar de los peligros de estas tierras lejanas, unos hombres audaces habían
      venido  allí  desde  el  Sur,  derribando  árboles,  y  levantando  moradas  entre  los
      bosques más placenteros de los valles y a lo largo de las riberas de los ríos. Eran
      muchos,  y  bravos  y  bien  armados,  y  ni  siquiera  los  wargos  se  atrevían  a
      atacarlos cuando los veían juntos, o a la luz del día. Pero ahora habían planeado
      caer  de  noche  con  la  ayuda  de  los  trasgos  sobre  algunas  de  las  aldeas  más
      próximas  a  las  montañas.  Si  este  plan  se  hubiese  llevado  a  cabo,  no  habría
      quedado  nadie  allí  al  día  siguiente;  todos  hubiesen  sido  asesinados,  excepto  los
      pocos que los trasgos preservasen de los lobos y llevasen de vuelta a las cavernas,
      como prisioneros.
        Era espantoso escuchar esa conversación, no sólo por los bravos leñadores,
      las  mujeres  y  los  niños,  sino  también  por  el  peligro  que  ahora  amenazaba  a
      Gandalf  y  a  sus  compañeros.  Los  wargos  estaban  furiosos  y  se  preguntaban
      desconcertados qué hacía esa gente en el mismísimo lugar de reunión. Pensaban
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