Page 96 - El Hobbit
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humo llegaba a los ojos de Bilbo, podía sentir el calor de las llamas; y a través de
la humareda alcanzaba a ver a los trasgos que danzaban, girando y girando, en un
círculo, como gente que celebraba alrededor de una hoguera la llegada del
verano. Fuera del círculo de guerreros danzantes, armados con lanzas y hachas,
los lobos se mantenían apartados, observando y aguardando.
Bilbo pudo oír a los trasgos que entonaban ahora una horrible canción:
¡Quince pájaros en cinco abetos,
las plumas aventadas por una brisa ardiente!
Pero, qué extraños pájaros, ¡ninguno tiene alas!
¡Oh! ¿Qué haremos con estas raras gentes?
¿Asarlas vivas, o hervirlas en la olla;
o freírlas, cocerlas y comerlas calientes?
Luego se detuvieron y gritaron: —¡Volad, pajaritos! ¡Volad si podéis! ¡Bajad,
pajaritos; os asaréis en vuestros nidos! ¡Cantad, cantad, pajaritos! ¿Por qué no
cantáis?
—¡Alejaos, chiquillos! —gritó Gandalf por respuesta—. No es época de
buscar nidos. Y los chiquillos traviesos que juegan con fuego reciben lo que se
merecen —lo dijo para enfadarlos, y para mostrarles que no tenía miedo,
aunque en verdad lo tenía, mago y todo como era. Pero los trasgos no le
prestaron atención, y siguieron cantando.
¡Que ardan, que ardan, árboles y helechos!
¡Marchitos y abrasados! Que la antorcha siseante
ilumine la noche para nuestro contento.
¡Ea ya!
¡Que los cuezan, los frían y achicharren,
hasta que ardan las barbas, y los ojos se nublen;
y hiedan los cabellos y estallen los pellejos,
se disuelvan las grasas, y los huesos renegros
descansen en cenizas bajo el cielo!
Así los enanos morirán,
la noche iluminando para nuestro contento.
¡Ea ya!
¡Ea pronto ya!
¡Ea que va!
Y con ese ¡ea que va! las llamas llegaron bajo el árbol de Gandalf. En un
momento se extendieron a los otros. La corteza ardió, las ramas más bajas
crujieron.
Entonces Gandalf trepó a la copa del árbol. El súbito resplandor estalló en su
vara como un relámpago cuando se aprestaba a saltar y a caer, justo entre las