Page 101 - El Hobbit
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                     Extraños aposentos
      A la mañana siguiente Bilbo despertó con el sol temprano en los ojos. Se levantó
      de un salto para mirar la hora y poner la marmita al fuego… y descubrió que no
      estaba en casa, de ningún modo. Así que se sentó, deseando en vano un baño y un
      cepillo.  No  los  consiguió,  ni  té,  ni  tostadas,  ni  panceta  para  el  desayuno,  sólo
      cordero  frío  y  conejo.  Y  enseguida  tuvo  que  prepararse  para  la  inminente
      partida.
        Esta vez se le permitió montar en el lomo de un águila y sostenerse entre las
      alas. El aire golpeaba y Bilbo cerraba los ojos. Los enanos gritaban despidiéndose
      y prometiendo devolver el favor al Señor de las Águilas si alguna vez era posible,
      mientras quince grandes aves partían de la ladera de la montaña. El sol estaba
      todavía cerca de los lindes orientales. La mañana era fría, y había nieblas en los
      valles y hondonadas, y sobre los picos y crestas de las colinas. Bilbo abrió un ojo
      y  vio  que  las  aves  estaban  ya  muy  arriba  y  el  mundo  muy  lejos,  y  que  las
      montañas se empequeñecían atrás. Cerró otra vez los ojos y se aferró con más
      fuerza.
        —¡No pellizques! —le dijo el águila—. No tienes por qué asustarte como un
      conejo, aunque te parezcas bastante a uno. Hace una bonita mañana y el viento
      sopla apenas. ¿Hay acaso algo más agradable que volar?
        A Bilbo le hubiese gustado decir: « Un baño caliente y después, más tarde, un
      desayuno  sobre  la  hierba» ;  pero  le  pareció  mejor  no  decir  nada  y  aflojó  un
      poquito las manos.
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