Page 106 - El Hobbit
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» De todos modos no está bajo ningún encantamiento que no sea el propio.
      Vive  en  un  robledal  y  tiene  una  gran  casa  de  madera,  y  como  hombre  cría
      ganado y caballos casi tan maravillosos como él mismo. Trabajan para él y le
      hablan.  No  se  los  come;  no  caza  ni  come  animales  salvajes.  Cría  también
      colmenas, colmenas de abejas enormes y fieras, y se alimenta principalmente
      de crema y miel. Como oso viaja a todo lo largo y ancho. Una vez, de noche, lo
      vi sentado solo sobre la Carroca mirando cómo la luna se hundía detrás de las
      Montañas Nubladas, y lo oí gruñir en la lengua de los osos: “¡Llegará el día en
      que  perecerán,  y  entonces  volveré!”.  Por  eso  se  me  ocurre  que  vino  de  las
      montañas.
      Bilbo  y  los  enanos  tenían  ahora  bastante  en  qué  pensar  y  no  hicieron  más
      preguntas. Todavía les quedaba mucho camino por delante. Ladera arriba, valle
      abajo,  avanzaban  afanosamente.  Hacía  cada  vez  más  calor.  Algunas  veces
      descansaban bajo los árboles, y entonces Bilbo se sentía tan hambriento que no
      habría desdeñado las bellotas, si estuviesen bastante maduras como para haber
      caído al suelo.
        Ya mediaba la tarde cuando entraron en unas extensas zonas de flores, todas
      de la misma especie, y que crecían juntas, como plantadas. Sobre todo abundaba
      el trébol, unas ondulantes parcelas de tréboles rosados y purpúreos, y amplias
      extensiones  de  trébol  dulce,  blanco  y  pequeño,  con  olor  a  miel.  Había  un
      zumbido, y un murmullo y un runrún en el aire. Las abejas andaban atareadas de
      un lado para otro. ¡Y vaya abejas! Bilbo nunca había visto nada parecido.
        « Si  una  llegase  a  picarme  —se  dijo—  me  hincharía  hasta  el  doble  de  mi
      tamaño.»
        Eran más corpulentas que avispones. Los zánganos, bastante más grandes que
      vuestros pulgares, llevaban bandas amarillas que brillaban como oro ardiente en
      el negro intenso de los cuerpos.
        —Nos acercamos —dijo Gandalf—. Estamos en los lindes de los campos de
      abejas.
      Al cabo de un rato llegaron a un terreno poblado de robles, altos y muy viejos, y
      luego  a  un  crecido  seto  de  espinos,  que  no  dejaba  ver  nada,  ni  era  posible
      atravesar.
        —Es mejor que esperéis aquí —dijo el mago a los enanos—, y cuando grite o
      silbe, seguidme, pues ya veréis el camino que tomo, pero venid sólo en parejas,
      tenedlo en cuenta, unos cinco minutos entre cada pareja. Bombur es más grueso
      y valdrá por dos, mejor que venga solo y último. ¡Vamos, señor Bolsón! Hay una
      cancela por aquí cerca en alguna parte. —Y con eso se fue caminando a lo largo
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