Page 112 - El Hobbit
P. 112

La sala era (ahora) bastante oscura. Beorn batió las manos, y entraron trotando
      cuatro  hermosos  poneys  blancos  y  varios  perros  grandes  de  cuerpo  largo  y
      pelambre gris. Beorn les dijo algo en una lengua extraña, que parecía sonidos de
      animales transformados en conversación. Volvieron a salir y pronto regresaron
      con antorchas en la boca, y enseguida las encendieron en el fuego y las colgaron
      en los soportes de los pilares, cerca de la chimenea central. Los perros podían
      sostenerse  a  voluntad  sobre  los  cuartos  traseros,  y  transportaban  cosas  con  las
      patas delanteras. Con gran diligencia sacaban tablas y caballetes de las paredes
      laterales y las amontonaban cerca del fuego.
        Luego  se  oyó  un  ¡beee!,  y  entraron  unas  ovejas  blancas  como  la  nieve
      precedidas por un carnero negro como el carbón. Una llevaba un paño bordado
      en los bordes con figuras de animales; otras sostenían sobre los lomos bandejas
      con cuencos, fuentes, cuchillos y cucharas de madera, que los perros cogían y
      dejaban rápidamente sobre las mesas de caballete. Éstas eran muy bajas, tanto
      que  Bilbo  podía  sentarse  con  comodidad.  Junto  a  él,  un  poney  empujaba  dos
      bancos de asientos bajos y corredizos, con patas pequeñas, gruesas y cortas, para
      Gandalf  y  Thorin,  mientras  que  al  otro  extremo  ponían  la  gran  silla  negra  de
      Beorn, del mismo estilo (en la que se sentaba con las enormes piernas estiradas
      bajo la mesa). Éstas eran todas las sillas que tenía en la sala, y quizá tan bajas
      como las mesas para conveniencia de los maravillosos animales que le servían.
      ¿En  dónde  se  sentaban  los  demás?  No  los  había  olvidado.  Los  otros  poneys
      entraron haciendo rodar unas secciones cónicas de troncos alisadas y pulidas, y
      bajas  aún  para  Bilbo;  y  muy  pronto  todos  estuvieron  sentados  a  la  mesa  de
      Beorn. La sala no había visto una reunión semejante desde hacía muchos años.
        Allí merendaron, o cenaron, como no lo habían hecho desde que dejaron la
      Última Morada en el Oeste y dijeron adiós a Elrond. La luz de las antorchas y el
      fuego titilaban alrededor, y sobre la mesa había dos velas altas de cera roja de
      abeja.  Todo  el  tiempo  mientras  comían,  Beorn,  con  una  voz  profunda  y
      atronadora, contaba historias de las tierras salvajes de aquel lado de la montaña,
      y especialmente del oscuro y peligroso bosque que se extendía ante ellos de norte
      a sur, a un día de cabalgata, cerrando su camino hacia el Este: el terrible bosque
      denominado el Bosque Negro.
        Los enanos escuchaban y se mesaban las barbas, pues pronto tendrían que
      aventurarse en ese bosque, y después de las montañas el bosque era el peor de
      los peligros, antes de llegar a la fortaleza del dragón. Cuando la cena terminó, se
      pusieron  a  contar  historias  de  su  propia  cosecha,  pero  Beorn  parecía  bastante
      amodorrado  y  no  ponía  mucha  atención.  Hablaban  sobre  todo  de  oro,  plata  y
      joyas, y de trabajos de orfebrería, y a Beorn no le interesaban esas cosas: no
      había nada ni de oro ni de plata en la sala, y pocos objetos, excepto los cuchillos,
   107   108   109   110   111   112   113   114   115   116   117