Page 115 - El Hobbit
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por lo menos un cuarto de galón de hidromiel) y sacó la pipa.
        —Primero responderé a la segunda pregunta —dijo—; pero ¡caramba! ¡Éste
      es un sitio estupendo para echar anillos de humo!
        Y durante un buen rato no pudieron sacarle nada más, ocupado como estaba
      en  lanzar  anillos  de  humo,  que  desaparecían  entre  los  pilares  de  la  sala,
      cambiando las formas y los colores, y haciéndolos salir por el agujero del tejado.
      Desde fuera estos anillos tenían que parecer muy extraños, deslizándose en el
      aire uno  tras  otro,  verdes,  azules, rojos,  plateados,  amarillos,  blancos, grandes,
      pequeños, los pequeños metiéndose entre los grandes y formando así figuras en
      forma de ocho, y perdiéndose en la distancia como bandadas de pájaros.
        —Estuve siguiendo huellas de oso —dijo por fin—. Una reunión regular de
      osos tiene que haberse celebrado ahí fuera durante la noche. Pronto me di cuenta
      de  que  las  huellas  no  podían  ser  todas  de  Beorn;  había  demasiadas,  y  de
      diferentes tamaños. Me atrevería a decir que eran osos pequeños, osos grandes,
      osos  normales  y  enormes  osos  gigantes,  todos  danzando  fuera,  desde  el
      anochecer  hasta  casi  el  amanecer.  Vinieron  de  todas  direcciones,  excepto  del
      lado  oeste,  más  allá  del  río,  de  las  Montañas.  Hacia  allí  sólo  iba  un  rastro  de
      pisadas…  ninguna  venía,  todas  se  alejaban  desde  aquí.  Las  seguí  hasta  la
      Carroca.  Luego  desaparecieron  en  el  río,  que  era  demasiado  profundo  y
      caudaloso  para  intentar  cruzarlo.  Es  bastante  fácil,  como  recordaréis,  ir  desde
      esta orilla hasta la Carroca por el vado, pero al otro lado hay un precipicio donde
      el  agua  desciende  en  remolinos.  Tuve  que  andar  millas  antes  de  encontrar  un
      lugar  donde  el  río  fuese  bastante  ancho  y  poco  profundo  como  para  poder
      vadearlo  y  nadar,  y  después  millas  atrás,  otra  vez  buscando  las  huellas.  Para
      cuando llegué, era ya demasiado tarde para seguirlas. Iban directamente hacia
      los pinares al este de las Montañas Nubladas, donde anteanoche tuvimos un grato
      encuentro  con  los  wargos.  Y  ahora  creo  que  he  respondido  además  a  vuestra
      primera pregunta —concluyó Gandalf, y se sentó largo rato en silencio.
        Bilbo pensó que sabía lo que el mago quería decir.
        —¿Qué haremos —gritó— si atrae hasta aquí a todos los wargos y trasgos?
      ¡Nos atraparán a todos y nos matarán! Creí que habías dicho que no era amigo
      de ellos.
        —Sí, lo dije. ¡Y no seas estúpido! Sería mejor que te fueses a la cama. Se te
      ha embotado el juicio.
        El hobbit se quedó bastante aplastado, y como no parecía haber otra cosa que
      hacer,  se  fue  realmente  a  la  cama;  mientras  los  enanos  seguían  cantando  se
      durmió otra vez, devanándose todavía la cabecita a propósito de Beorn, hasta que
      soñó con cientos de osos negros que danzaban en círculos lentos y graves, fuera
      en el patio a la luz de la luna. Entonces despertó, cuando todo el mundo estaba
      dormido, y oyó los mismos rasguños, gangueos, pisadas y gruñidos de antes.
        A la mañana siguiente, el propio Beorn los despertó a todos. —Así que todavía
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