Page 249 - El Hobbit
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una noche abrigada y cómoda, en cama» .
        —¡Soy yo, Bilbo Bolsón, el compañero de Thorin! —gritó, quitándose deprisa
      el anillo.
        —¡Es una suerte que te haya encontrado! —dijo el hombre adelantándose—.
      Te  necesitan,  y  estamos  buscándote  desde  hace  tiempo.  Te  hubieran  contado
      entre los muertos, que son muchos, si Gandalf el mago no hubiese dicho que no
      hace mucho habían oído tu voz por estos sitios. Me han enviado a mirar aquí por
      última vez. ¿Estás muy herido?
        —Un golpe feo en la cabeza, creo —dijo Bilbo—. Pero tengo un yelmo, y
      una cabeza dura. Así y todo me siento enfermo y las piernas se me doblan como
      paja.
        —Te llevaré abajo, al campamento del valle —dijo el hombre, y lo alzó con
      facilidad.
        El hombre era rápido y de paso seguro. No pasó mucho tiempo antes de que
      llegara a depositar a Bilbo ante una tienda en Valle; y allí estaba Gandalf, con un
      brazo en cabestrillo. Ni siquiera el mago había escapado indemne; y había pocos
      en toda la hueste que no tuvieran alguna herida.
        Cuando  Gandalf  vio  a  Bilbo  se  alegró  de  veras.  —¡Bolsón!  —exclamó—.
      ¡Bueno!  ¡Nunca  lo  hubiera  dicho!  ¡Vivo,  después  de  todo!  ¡Estoy  contento!
      ¡Empezaba a preguntarme si esa suerte que tienes te ayudaría a salir del paso!
      Fue algo terrible, y casi desastroso. Pero las otras nuevas pueden aguardar. ¡Ven!
      —dijo  más  gravemente—.  Alguien  te  reclama  —y  guiando  al  hobbit,  lo  llevó
      dentro de la tienda.
        —¡Salud, Thorin! —dijo Gandalf mientras entraba—. Lo he traído.
        Allí efectivamente yacía Thorin Escudo de Roble, herido de muchas heridas,
      y la armadura abollada y el hacha mellada estaban junto a él en el suelo. Alzó
      los ojos cuando Bilbo se le acercó.
        —Adiós,  buen  ladrón  —dijo—.  Parto  ahora  hacia  los  salones  de  espera  a
      sentarme al lado de mis padres, hasta que el mundo sea renovado. Ya que hoy
      dejo  todo  el  oro  y  la  plata,  y  voy  a  donde  tienen  poco  valor,  deseo  partir  en
      amistad contigo, y me retracto de mis palabras y hechos ante la Puerta.
        Bilbo hincó una rodilla, ahogado por la pena.
        —¡Adiós, Rey bajo la Montaña! —dijo—. Es ésta una amarga aventura, si ha
      de  terminar  así;  y  ni  una  montaña  de  oro  podría  enmendarla.  Con  todo,  me
      alegro de haber compartido tus peligros: ha sido más de lo que cualquier Bolsón
      hubiera podido merecer.
        —¡No! —dijo Thorin—. Hay en ti muchas virtudes que tú mismo ignoras,
      hijo  del  bondadoso  Oeste.  Algo  de  coraje  y  algo  de  sabiduría,  mezclados  con
      mesura. Si muchos de nosotros dieran más valor a la comida, la alegría y las
      canciones  que  al  oro  atesorado,  éste  sería  un  mundo  más  feliz.  Pero  triste  o
      alegre, ahora he de abandonarlo. ¡Adiós!
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