Page 246 - El Hobbit
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parecía lastimarlo.
—¡A mí! ¡A mí! ¡Elfos y hombres! ¡A mí! ¡Oh, pueblo mío! —gritaba, y la
voz resonaba como una trompa en el valle.
Hacia abajo, en desorden, los enanos de Dain corrieron a ayudarlo. Hacia
abajo fueron también muchos de los hombres del Lago, pues Bardo no pudo
contenerlos; y desde la ladera opuesta, muchos de los lanceros elfos. Una vez
más los trasgos fueron rechazados al valle, y allí se amontonaron hasta que Valle
fue un sitio horrible y oscurecido por cadáveres. Los wargos se dispersaron y
Thorin se volvió a la derecha contra la guardia personal de Bolgo. Pero no
alcanzó a atravesar las primeras filas.
Ya tras él yacían muchos hombres y muchos enanos, y muchos hermosos
elfos que aún tendrían que haber vivido largos años, felices en el bosque. Y a
medida que el valle se abría, la marcha de Thorin era cada vez más lenta. Los
enanos eran pocos, y nadie guardaba los flancos. Pronto los atacantes fueron
atacados y se vieron encerrados en un gran círculo, cercados todo alrededor por
trasgos y lobos que volvían a la carga. La guardia personal de Bolgo cayó
aullando sobre ellos, introduciéndose entre los enanos como olas que golpean
acantilados de arena. Los otros enanos no podían ayudarlos, pues el asalto desde
la Montaña se renovaba con redoblada fuerza, y hombres y elfos eran batidos
lentamente a ambos lados. A todo esto, Bilbo miraba con aflicción. Se había
instalado en la Colina del Cuervo, entre los elfos, en parte porque quizá allí era
posible escapar, y en parte (el lado Tuk de la mente de Bilbo) porque si iban a
mantener una última posición desesperada, quería defender al Rey Elfo.
También Gandalf estaba allí de algún modo, sentado en el suelo, como
meditando, preparando quizá un último soplo de magia antes del fin.
Éste no parecía muy lejano. « No tardará mucho ya» , pensaba Bilbo.
« Antes que los trasgos ganen la Puerta y todos nosotros caigamos muertos o nos
obliguen a descender y nos capturen. Realmente, es como para echarse a llorar,
después de todo lo que nos ha pasado. Casi habría preferido que el viejo Smaug
se hubiese quedado con el maldito tesoro, antes de que lo consigan esas viles
criaturas, y el pobrecito Bombur y Balin y Fili y Kili y el resto tengan mal fin; y
también Bardo y los hombres del Lago y los alegres elfos. ¡Ay, mísero de mí! He
oído canciones sobre muchas batallas, y siempre he entendido que la derrota
puede ser gloriosa. Parece muy incómoda, por no decir desdichada. Me gustaría
de veras estar fuera de todo esto» .
Con el viento, se esparcieron las nubes, y una roja puesta del sol rasgó el
oeste. Advirtiendo el brillo repentino en las tinieblas, Bilbo miró alrededor y
chilló. Había visto algo que le sobresaltó el corazón, unas sombras oscuras,
pequeñas aunque majestuosas, en el resplandor distante.
—¡Las Águilas! ¡Las Águilas! —vociferó—. ¡Vienen las Águilas!
Los ojos de Bilbo rara vez se equivocaban. Las Águilas venían con el viento,