Page 241 - El Hobbit
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sumaban al peso de los azadones y los escudos. Hubieran podido resistir un sitio
durante semanas, y en ese tiempo quizá vinieran más enanos, pues Thorin tenía
muchos parientes. Quizá fueran capaces también de abrir de nuevo alguna otra
puerta, y guardarla, de modo que los sitiadores tendrían que rodear la montaña, y
no eran tantos en verdad.
Éstos eran precisamente los planes de los enanos, (pues los cuervos
mensajeros habían estado muy ocupados yendo de Thorin a Dain); pero por el
momento el paso estaba obstruido, así que luego de unas duras palabras, los
enanos mensajeros se retiraron murmurando, cabizbajos. Bardo había enviado
enseguida unos mensajeros a la Puerta, pero no había allí oro ni pago alguno.
Tan pronto como estuvieron a tiro, les cayeron flechas, y se apresuraron a
regresar. Por ese entonces, todo el campamento estaba en pie, como
preparándose para una batalla, pues los enanos de Dain avanzaban por la orilla
del este.
—¡Tontos! —rió Bardo—. ¡Acercarse así bajo el brazo de la Montaña! No
entienden de guerra a campo abierto, aunque sepan guerrear en las minas.
Muchos de nuestros arqueros y lanceros aguardan ahora escondidos entre las
rocas del flanco derecho. Las mallas de los enanos pueden ser buenas, pero se las
pondrá a prueba muy pronto. ¡Caigamos sobre ellos desde los flancos antes de
que descansen!
Pero el Rey Elfo dijo: —Mucho esperaré antes de pelear por un botín de oro.
Los enanos no pueden pasar, si no se lo permitimos, o hacer algo que no
lleguemos a advertir. Esperaremos a ver si la reconciliación es posible. Nuestra
ventaja en número bastará, si al fin hemos de librar un desgraciado combate.
Pero estas circunstancias no tenían en cuenta a los enanos. Saber que la
Piedra del Arca estaba en manos de los sitiadores, les inflamaba los corazones;
sospecharon además que Bardo y sus amigos titubeaban, y decidieron atacar
cuanto antes.
De pronto, sin aviso, los enanos se desplegaron en silencio. Los arcos
chasquearon y las flechas silbaron. La batalla iba a comenzar.
¡Pero todavía más pronto, una sombra creció con terrible rapidez! Una nube
negra cubrió el cielo. El trueno invernal rodó en un viento huracanado, rugió y
retumbó en la Montaña y relampagueó en la cima. Y por debajo del trueno se
pudo ver otra oscuridad, que se adelantaba en un torbellino, pero esta oscuridad
no llegó con el viento; llegó desde el Norte, como una inmensa nube de pájaros,
tan densa que no había luz entre las alas.
—¡Deteneos! —gritó Gandalf, que apareció de repente y esperó de pie y
solo, con los brazos levantados, entre los enanos que venían y las filas que los
aguardaban—. ¡Deteneos! —dijo con voz de trueno, y la vara se le encendió con
una luz súbita como el rayo—. ¡El terror ha caído sobre vosotros! ¡Ay! Ha
llegado más rápido de lo que yo había supuesto. ¡Los trasgos están sobre