Page 116 - El Señor de los Anillos
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—Confiad en mí para arreglar mejor las cosas —dijo Merry—. No podemos
      comenzar nuestra vida en Cricava discutiendo por el baño. En esa habitación hay
      tres tinas y una caldera de agua hirviendo. Hay también toallas, esteras y jabón.
      ¡Entrad y de prisa!
        Merry  y  Gordo  fueron  a  la  cocina,  en  el  otro  extremo  del  corredor,  y  se
      ocuparon de los preparativos finales para una cena tardía. Trozos de canciones
      que competían unas con otras venían desde el cuarto de baño, mezcladas con el
      chapoteo y el sonido del agua que desbordaba en las tinas. La voz de Pippin se
      elevó por encima de las otras en una de las canciones de baño favoritas de Bilbo:
       ¡Oh, el baño a la caída de la tarde,
       que quita el barro del cansancio!
       Tonto es aquel que ahora no canta.
       ¡Oh, el agua caliente, qué bendición!
       Oh, dulce es el sonido de la lluvia que cae
       y del arroyo que baja de la colina al valle,
       pero mejor que la lluvia y los arroyos rizados
       es el agua caliente humeando en la tina.
       Oh, el agua fresca, échala si quieres
       en una garganta abrasada y complácele,
       pero mejor es la cerveza si hay ganas de beber,
       y el agua caliente que corre por la espalda.
       ¡Oh, es hermosa el agua que salta hacia arriba
       en una fuente blanca bajo el cielo,
       pero no ha habido nunca un sonido más dulce
       que mis pies chapoteando en el agua caliente!
        Se  oyó  un  terrible  chapoteo  y  una  interjección  de  Frodo.  Parecía  que  una
      buena parte del baño de Pippin había imitado a la fuente, saltando hacia arriba.
        Merry se acercó a la puerta.
        —¿Qué os parece una cena y cerveza en las gargantas abrasadas? —llamó.
        Frodo salió enjugándose los cabellos.
        —Hay tanta agua en el aire, que terminaré de secarme en la cocina —dijo.
        —¡Cielos!  —exclamó  Merry,  echando  una  mirada  al  interior.  El  piso  de
      piedra  estaba  inundado—.  Tendrás  que  secarlo  todo  antes  de  probar  un  solo
      bocado, Peregrin —dijo—. ¡Date prisa, o no te esperaremos!
      Cenaron en la cocina, sentados a una mesa próxima al fuego.
        —Supongo que vosotros tres no comeréis hongos de nuevo —dijo Fredegar,
      sin mucha esperanza.
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