Page 111 - El Señor de los Anillos
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profunda y subieron una pequeña cuesta hasta la calzada.
Maggot descendió y miró a ambos lados, norte y sur, pero no se veía nada en
la oscuridad y no se oía ningún sonido en el aire quieto. Unas delgadas columnas
de niebla flotaban sobre las zanjas y se arrastraban por los campos.
—La niebla será espesa —dijo Maggot—, pero no encenderé mis faroles
hasta dejarlos a ustedes. Oiremos cualquier cosa en el camino, antes de
tropezamos con ella esta noche.
Balsadera distaba unas cinco millas de la casa de Maggot. Los hobbits se
arroparon de pies a cabeza, pero con los oídos atentos a cualquier sonido que se
elevase sobre el crujido de las ruedas y el espaciado clop-clop de los poneys. El
carro le parecía a Frodo más lento que un caracol. junto a él, Pippin cabeceaba
soñoliento, pero Sam clavaba los ojos en la niebla que se alzaba delante.
Por fin llegaron a la entrada de Balsadera, señalada por dos postes blancos
que asomaron de pronto a la derecha del camino. El granjero Maggot sujetó los
poneys y el carro se detuvo. Estaban comenzando a descargar cuando oyeron lo
que tanto temían: unos cascos en el camino allá más adelante. El sonido venía
hacia ellos.
Maggot bajó de un salto y sostuvo firmemente la cabeza de los poneys,
escudriñando la oscuridad. Clip-clop, clip-clop; el jinete se acercaba. El golpe de
los cascos resonaba en el aire callado y neblinoso.
—Es mejor que se oculte, señor Frodo —dijo Sam ansiosamente—. Usted
acuéstese en la cama y cúbrase con la manta. ¡Nosotros nos ocuparemos del
jinete!
Bajó y se unió al granjero. Los Jinetes Negros tendrían que pasar por encima
de él para acercarse a la carreta. Clip-clop, clip-clop.
El jinete estaba casi sobre ellos.
—¡Eh, ahí! —llamó el granjero Maggot.
El ruido de cascos se detuvo. Creyeron vislumbrar entre la bruma una
sombra oscura y embozada, uno o dos metros más adelante.
—¡Cuidado! —dijo el granjero arrojándole las riendas a Sam y
adelantándose. ¡No dé ni un paso más! ¿Qué busca y a dónde va?
—Busco al señor Bolsón, ¿lo ha visto? —dijo una voz apagada: la voz de
Merry Brandigamo. Se encendió una linterna y la luz cayó sobre la cara
asombrada del granjero.
—¡Señor Merry! —gritó.
—¡Sí, por supuesto! ¿Quién creía que era? —exclamó Merry acercándose.
Cuando Merry salió de la bruma y los temores de los otros se apaciguaron,
pareció que la figura se le empequeñecía hasta tener la talla común de un hobbit.
Iba montado en un poney y una bufanda que le envolvía el cuello hasta la