Page 106 - El Señor de los Anillos
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pastos se extendían ante ellos. Comprobaron entonces que se habían desviado, en
      efecto, demasiado hacia el sur. A lo lejos, dominando la llanura, podían entrever
      la  colina  baja  de  Gamoburgo,  del  otro  lado  del  río,  que  ahora  estaba  a  la
      izquierda.  Se  arrastraron  con  muchas  precauciones  fuera  de  la  arboleda  y
      atravesaron el claro lo más rápido posible.
        Al principio estaban asustados, fuera del abrigo del bosque. Lejos, detrás de
      ellos, se alzaba el sitio donde habían desayunado. Frodo casi esperaba ver allá
      arriba la figura pequeña y distante de un jinete, recortada contra el cielo, pero no
      descubrió nada. El sol, escapando de las nubes desgarradas mientras descendía a
      las lomas que habían dejado atrás, brillaba de nuevo. Pronto perdieron el miedo,
      aunque todavía se sentían intranquilos. El paisaje era cada vez más ordenado y
      doméstico.  Llegaron  así  a  praderas  y  campos  bien  cuidados,  en  los  que  había
      cercos,  portones  y  zanjas  de  desagüe.  Todo  parecía  tranquilo  y  apacible,  un
      rincón  de  la  Comarca  como  tantos  otros.  A  cada  paso  iban  sintiéndose  más
      animados.  La  línea  del  río  se  acercaba,  y  los  Jinetes  Negros  comenzaban  a
      parecerles fantasmas de los bosques, muy lejanos ahora.
        Bordearon un enorme campo de nabos y llegaron a la puerta de un cercado;
      más allá, entre setos bien cuidados y de poca altura, corría una senda hacia un
      distante grupo de árboles. Pippin se detuvo.
        —¡Conozco estos campos y esta puerta! —dijo—. Esto es el Habar, las tierras
      del viejo Maggot. Mirad la granja, allá entre los árboles.
        —¡Dificultad tras dificultad! —dijo Frodo; parecía casi tan asustado como si
      Pippin le hubiese dicho que la senda llevaba a la guarida de un dragón. Los otros
      lo miraron con sorpresa.
        —¿Qué ocurre con el viejo Maggot? —dijo Pippin—. Es un buen amigo de
      todos los Brandigamo. Por supuesto, es el terror de los intrusos, pues tiene perros
      feroces. Después de todo, la gente de aquí está muy cerca de la frontera y ha de
      estar prevenida.
        —Lo sé —dijo Frodo y rió avergonzado—, pero lo mismo me aterrorizan él y
      sus perros. Evité esta granja durante años y años. Cuando yo era joven en Casa
      Brandi y venía aquí en busca de hongos, me pescó varias veces. La última me
      castigó, me mostró los perros y les dijo: « Miren, muchachos, la próxima vez que
      éste pise mis tierras, pueden comérselo; ahora, ¡échenlo!»  Me persiguieron hasta
      Balsadera. Nunca me recobré del miedo, aunque he de decir que esas bestias
      conocían bien sus obligaciones y ni siquiera me tocaron.
        Pippin rió diciendo:
        —Bien, es tiempo de saldar cuentas. Especialmente si vas a vivir de nuevo en
      Los Gamos. El viejo Maggot es realmente un buen tipo, si dejas sus setas en paz.
      Sigamos la senda y no podrán decir que somos intrusos. Si lo encontramos, yo le
      hablaré. Es amigo de Merry y yo solía venir aquí con él muy a menudo en otro
      tiempo.
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