Page 105 - El Señor de los Anillos
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arreglaría las cosas. Sigamos como hasta ahora. No estoy seguro de querer salir
      a campo abierto todavía.

      Recorrieron otro par de millas. Luego el sol brilló de nuevo entre desgarrones de
      nubes y la lluvia decreció. Ya había pasado el mediodía y sintieron que era hora
      de almorzar. Se detuvieron bajo un olmo de follaje amarillo, pero todavía espeso.
      El suelo estaba allí seco y abrigado. Cuando empezaron a preparar la comida,
      advirtieron que los elfos les habían llenado las botellas con una bebida clara, de
      color  dorado  pálido;  tenía  la  fragancia  de  una  miel  de  muchas  flores  y  era
      maravillosamente refrescante. Pronto comenzaron a reír, burlándose de la lluvia
      y de los Jinetes Negros. Sentían que pronto dejarían atrás las últimas millas.
        Frodo se recostó en el tronco de un árbol y cerró los ojos. Sam y Pippin se
      sentaron cerca y se pusieron a tararear y luego a cantar suavemente:
       ¡Ho! ¡Ho! ¡Ho! A la botella acudo
       para curar el corazón y ahogar las penas.
       La lluvia puede caer, el viento puede soplar
       y aún tengo que recorrer muchas millas,
       pero me acostaré al pie de un árbol alto
       y dejaré que las nubes naveguen en el cielo.
        —¡Ho! ¡Ho! ¡Ho! —volvieron  a  cantar,  esta  vez más  fuerte.  De  pronto se
      interrumpieron.  Frodo  se  incorporó  de  un  salto.  El  viento  traía  un  lamento
      prolongado, como el llanto de una criatura solitaria y diabólica. El grito subió y
      bajó, terminando en una nota muy aguda. Se quedaron como estaban, sentados o
      de pie, paralizados de pronto y oyeron otro grito más apagado y lejano, pero no
      menos  estremecedor.  Luego  hubo  un  silencio,  sólo  quebrado  por  el  sonido  del
      viento en las hojas.
        —¿Qué  crees  que  fue?  —preguntó  por  fin  Pippin,  tratando  de  parecer
      despreocupado, pero temblando un poco—. Si era un pájaro, no lo oí nunca en la
      Comarca.
        —No era pájaro ni bestia —dijo Frodo—. Era una llamada o una señal, pues
      en ese grito había palabras que no pude entender. Ningún hobbit tiene una voz
      semejante.
        No dijeron nada más. Todos pensaban en los Jinetes Negros, aunque ninguno
      los mencionó. No sabían ahora si quedarse o continuar; pero, tarde o temprano,
      tendrían  que  cruzar  el  campo  abierto  hacia  Balsadera.  Era  preferible  hacerlo
      cuanto antes, a la luz del día. Instantes más tarde ya habían cargado otra vez los
      bultos y echaban a andar.
      Poco después el bosque terminó de pronto. Unas tierras anchas y cubiertas de
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