Page 107 - El Señor de los Anillos
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Siguieron la senda hasta que vieron los techos bardados de una casa grande y los
edificios de la granja que asomaban entre los árboles al frente. Los Maggot y los
Barroso de Cepeda y la mayoría de los habitantes de Marjala habitaban en casas.
La granja estaba sólidamente construida con ladrillos, rodeada por un muro alto.
Un portón ancho de madera se abría en el muro sobre el camino.
Se acercaron y unos aullidos y ladridos temibles estallaron de pronto y una
voz gritó.
—¡Garra! ¡Colmillo! ¡Lobo! ¡A callar, muchachos!
Frodo y Sam se detuvieron en seco, pero Pippin se adelantó unos pasos. La
puerta se abrió y tres perros enormes salieron al camino y se precipitaron sobre
los viajeros ladrando fieramente. Pasaron por alto a Pippin; Sam se encogió
contra la pared mientras dos perros con aspecto de lobos lo husmeaban con
desconfianza y le mostraban los dientes cada vez que se movía. El mayor y más
feroz de los tres se detuvo frente a Frodo, erizado y gruñendo. En la puerta
apareció un hobbit macizo de cara redonda y roja.
—¡Hola! ¡Hola! ¿Quiénes pueden ser y qué pueden desear?
—¡Buenas tardes, señor Maggot! —dijo Pippin.
El granjero lo miró detenidamente.
—¡Ah, sí es el señor Pippin; mejor dicho, el señor Peregrin Tuk! —exclamó,
trocando su mueca por una amplia sonrisa—. Hace mucho tiempo que no viene
por aquí. Es una suerte para usted que lo conozca. Yo ya estaba a punto de azuzar
a mis perros. Pasan cosas raras últimamente. Por supuesto, de vez en cuando hay
gente extraña rondando. Demasiado cerca del río —dijo, moviendo la cabeza—.
Pero ese sujeto era el más extraño que yo haya visto nunca. No volverá a cruzar
mi tierra sin permiso, si puedo impedirlo.
—¿A qué sujeto se refiere? —preguntó Pippin.
—¿Entonces no lo vieron? —dijo el granjero—. Tomó el camino a la calzada
no hace mucho. Era un parroquiano raro, que hacía preguntas raras. Entre y
hablaremos de las últimas novedades. Tengo una pizca de buena cerveza de
barril, si usted y sus amigos están de acuerdo, señor Tuk.
Era evidente que el granjero les diría algo más si le daban oportunidad y
tiempo, de modo que todos aceptaron la invitación.
—¿Y los perros? —preguntó ansiosamente Frodo.
El granjero rió.
—No le harán daño, a menos que yo lo ordene. ¡Aquí, Garra! ¡Fuera,
Colmillo! ¡Lobo! —gritó.
Los perros se alejaron, para alivio de Frodo y Sam.
Pippin presentó sus amigos al granjero.
—El señor Frodo Bolsón —dijo—. No lo recordará, pero vivió en Casa
Brandi.