Page 120 - El Señor de los Anillos
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entonces nuestra conspiración y como además éramos serios y el asunto no nos
      parecía cosa de risa, no fuimos demasiado escrupulosos. No eres una nuez fácil
      de  pelar  y  Gandalf  menos.  Pero  si  quieres  conocer  a  nuestro  investigador
      principal, puedo presentártelo ahora mismo.
        —¿Dónde está? —preguntó Frodo, mirando alrededor, como si esperase que
      una figura enmascarada y siniestra saliera de un armario.
        —Adelántate, Sam —ordenó Merry. Sam se levantó, rojo hasta las orejas—.
      ¡He aquí a nuestro informante! Nos dijo muchas cosas, te lo aseguro, antes que lo
      atraparan. Después se consideró a sí mismo como juramentado y nuestra fuente
      se agotó.
        —¡Sam! —exclamó  Frodo,  sintiendo  que su  asombro  llegaba  al  máximo e
      incapaz  de  decidir  si  se  sentía  enojado,  divertido,  aliviado  o  simplemente
      aturdido.
        —¡Sí,  señor!  —dijo  Sam—.  ¡Le  pido  perdón,  señor!  Pero  no  quise  hacer
      daño, ni a usted ni al señor Gandalf. Él es persona de buen sentido, recuérdelo,
      pues cuando usted le habló de partir solo, él le respondió: ¡No! Lleva a alguien en
      quien puedas confiar.
        —Pero parece que no puedo confiar en nadie —dijo Frodo.
        Sam lo miró tristemente.
        —Todo depende de lo que quieras. —Intervino Merry—. Puedes confiar en
      que te seguiremos en las buenas y en las malas hasta el fin, por amargo que sea,
      y  en  que  guardaremos  cualquier  secreto,  mejor  que  tú.  Pero  no  creas  que  te
      dejaremos  afrontar  solo  las  dificultades,  o  partir  sin  una  palabra.  Somos  tus
      amigos, Frodo. De cualquier modo, el caso es claro. Sabemos casi todo lo que te
      dijo  Gandalf.  Sabemos  muchas  cosas  del  Anillo.  Estamos  terriblemente
      asustados, pero iremos contigo, o te seguiremos como sabuesos.
        —Y después de todo, señor —agregó Sam—, tendría que seguir el consejo de
      los elfos. Gildor le dijo que llevase voluntarios que lo acompañaran, no lo puede
      negar.
        —No lo niego —dijo Frodo, mirando a Sam, que ahora sonreía satisfecho—.
      No lo niego, pero ya nunca creeré que duermes, ronques o no. Para asegurarme,
      te patearé con fuerza. ¡Sois un par de pillos solapados! —dijo, volviéndose a los
      otros—. ¡Pero que el cielo os bendiga! —rió levantándose y agitando los brazos
      —.  Acepto;  seguiré  el  consejo  de  Gildor.  Si  el  peligro  fuera  menos  sombrío,
      bailaría de alegría. Sin embargo, no puedo evitar sentirme feliz, más feliz de lo
      que me he sentido en mucho tiempo. La perspectiva de esta noche me aterraba.
        —¡Bien!  Decidido.  ¡Tres  hurras  por  el  capitán  Frodo  y  sus  compañeros!
      gritaron los otros mientras bailaban alrededor.
        Merry y Pippin entonaron una canción que habían preparado aparentemente
      para esta oportunidad. La habían compuesto tomando como modelo la canción
      de  los  enanos  que  había  acompañado  la  partida  de  Bilbo,  tiempo  atrás.  Y  la
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