Page 178 - El Señor de los Anillos
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vez!
Hicieron tomar un jarro más a Frodo, que recomenzó la canción y muchos se
le unieron, pues la melodía era muy conocida y se les había pegado la letra. Le
tocó a Frodo entonces sentirse satisfecho de sí mismo. Zapateaba sobre la mesa y
cuando llegó por segunda vez a la vaca salta por encima de la luna, dio un salto
en el aire demasiado vigoroso. Frodo cayó, bum, sobre una bandeja repleta de
jarros, resbaló y fue a parar bajo la mesa con un estruendo, un alboroto y un
golpe sordo. Todos abrieron la boca preparados para reír y se quedaron
petrificados en un silencio sin aliento, pues el cantor ya no estaba allí. ¡Había
desaparecido como si hubiera pasado directamente a través del piso de la sala sin
dejar ni la huella de un agujero!
Los hobbits locales se quedaron mirando mudos de asombro; en seguida se
incorporaron de un salto y llamaron a gritos a Cebadilla. Todos se apartaron de
Pippin y Sam, que se encontraron solos en un rincón, observados desde lejos con
miradas sombrías y desconfiadas. Estaba claro que para la mayoría de la gente
ellos eran los compañeros de un mago ambulante con poderes y propósitos
desconocidos. Pero había un vecino de Bree, de tez oscura, que los miraba con la
expresión de alguien que está sobre aviso y con una cierta ironía; Pippin y Sam
se sentían de veras incómodos. Casi en seguida el hombre se escurrió fuera del
salón, seguido por el sureño bizco; los dos habían pasado gran parte de la noche
hablando juntos en voz baja. Herry, el guardián de la puerta, salió también detrás
de ellos.
Frodo se daba cuenta de que había cometido una estupidez. No sabiendo qué
hacer, se arrastró por debajo de las mesas hacia el rincón sombrío donde
Trancos estaba todavía sentado, impasible. Se apoyó de espaldas contra la pared
y se quitó el Anillo. Cómo le había llegado al dedo, no podía recordarlo. Era
posible que hubiese estado jugueteando con él en el bolsillo, mientras cantaba y
que en el momento de sacar bruscamente la mano para evitar la caída, se le
hubiera deslizado de algún modo en el dedo. Durante un instante se preguntó si el
Anillo mismo no le había jugado una mala pasada; quizás había tratado de
hacerse notar en respuesta al deseo o la orden de alguno de los huéspedes. No le
gustaba el aspecto de los hombres que habían dejado el salón.
—¿Bien? —dijo Trancos cuando Frodo reapareció—. ¿Por qué lo hizo?
Cualquier indiscreción de los amigos de usted no hubiera sido peor. Ha metido
usted la pata. ¿O tendría que decir el dedo?
—No sé a qué se refiere —dijo Frodo molesto y alarmado.
—Oh, sí que lo sabe —respondió Trancos—, pero será mejor esperar a que
pase el alboroto. Luego, si usted me permite, señor Bolsón, me agradaría que
tuviésemos una charla tranquila.
—¿A propósito de qué? —preguntó Frodo aparentando no haber oído su
verdadero nombre.