Page 183 - El Señor de los Anillos
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                        Trancos
      F rodo, Pippin y Sam volvieron a la salita. No había luz. Merry no estaba allí y el
      fuego  había  bajado.  Sólo  después  de  avivar  un  rato  las  llamas  y  de  haberlas
      alimentado con un par de troncos, descubrieron que Trancos había venido con
      ellos. ¡Estaba tranquilamente sentado en una silla junto a la puerta!
        —¡Hola! —dijo Pippin—. ¿Quién es usted y qué desea?
        —Me llaman Trancos —dijo el hombre—, y aunque quizá lo haya olvidado,
      el amigo de usted me prometió tener conmigo una charla tranquila.
        —Usted  dijo  que  yo  me  enteraría  de  algo  que  quizá  me  fuera  útil  —dijo
      Frodo—. ¿Qué tiene que decir?
        —Varias cosas —dijo Trancos—. Pero, por supuesto, tengo mi precio.
        —¿Qué quiere decir? —preguntó Frodo ásperamente.
        —¡No se alarme! Sólo esto: le contaré lo que sé y le daré un buen consejo.
      Pero quiero una recompensa.
        —¿Qué  recompensa?  —dijo  Frodo,  pensando  ahora  que  había  caído  en
      manos de un pillo y recordando con disgusto que había traído poco dinero. El total
      no contentaría de ningún modo a un bribón y no podía distraer ni siquiera una
      parte.
        —Nada  que  usted  no  pueda  permitirse  —respondió  Trancos  con  una  lenta
      sonrisa,  como  si  adivinara  los  pensamientos  de  Frodo—.  Sólo  esto:  tendrá  que
      llevarme con usted hasta que yo decida dejarlo.
        —Oh, ¿de veras? —replicó Frodo, sorprendido, pero no muy aliviado—. Aun
      en el caso de que yo deseara otro compañero, no consentiría hasta saber bastante
      más de usted y de sus asuntos.
        —¡Excelente! —exclamó Trancos cruzando las piernas y acomodándose en
      la  silla—.  Parece  que  está  usted  recobrando  el  buen  sentido;  mejor  así.  Hasta
      ahora ha sido demasiado descuidado. ¡Muy bien! Le diré lo que sé y usted dirá si
      merezco la recompensa. Quizá me la conceda de buen grado, luego de haberme
      oído.
        —¡Adelante entonces! —dijo Frodo—. ¿Qué sabe usted?
        —Demasiado;  demasiadas  cosas  sombrías  —dijo  Trancos  torvamente—.
      Pero en cuanto a los asuntos de usted… —Se incorporó, fue hasta la puerta, la
      abrió rápidamente y miró fuera. Luego cerró en silencio y se sentó otra vez—.
      Tengo oído fino —continuó bajando la voz—, y aunque no puedo desaparecer, he
      seguido  las  huellas  de  muchas  criaturas  salvajes  y  cautelosas  y  comúnmente
      evito que me vean, si así lo deseo. Pues bien, yo estaba detrás de la empalizada
      esta tarde en el camino al oeste de Bree, cuando cuatro hobbits vinieron de las
      Quebradas.  No  necesito  repetir  todo  lo  que  hablaron  con  el  viejo  Bombadil  o
      entre ellos, pero una cosa me interesó. Por favor, recordad todos, dijo uno de
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