Page 186 - El Señor de los Anillos
P. 186
—No —dijo lentamente—, no estoy de acuerdo. Pienso, pienso que usted no
es realmente lo que quiere parecer. Empezó a hablarme como la gente de Bree,
pero ahora tiene otra voz. De cualquier modo hay algo cierto en lo que dice Sam:
no sé por qué nos aconseja usted que nos cuidemos y al mismo tiempo nos pide
que confiemos en usted. ¿Por qué el disfraz? ¿Quién es usted? ¿Qué sabe
realmente acerca de… acerca de mis asuntos y cómo lo sabe?
—La lección de prudencia ha sido bien aprendida —dijo Trancos con una
sonrisa torcida—. Pero la prudencia es una cosa y la irresolución es otra. Nunca
llegarán a Rivendel por sus propios medios y tenerme confianza es la única
posibilidad que les queda. Tienen que decidirse. Contestaré cualquier pregunta, si
eso los ayuda. ¿Pero por qué creerán en la verdad de mi historia, si no confían en
mí? Aquí está, sin embargo…
En ese momento llamaron a la puerta. El señor Mantecona había traído velas y
detrás venía Nob, con jarras de agua caliente. Trancos se retiró a un rincón
oscuro.
—He venido a desearles buenas noches —dijo el posadero, poniendo las velas
sobre la mesa—. ¡Nob! ¡Lleva el agua a los cuartos!
Entró y cerró la puerta.
—El asunto es así —comenzó a decir, titubeando, perturbado—. Si he causado
algún mal, lo lamento de veras. Pero todo se encadena, como usted sabe, y soy
un hombre ocupado. Esta semana, primero una cosa y luego otra me despertaron
poco a poco la memoria, como se dice, y espero que no demasiado tarde. Pues
verá usted, me pidieron que buscase a unos hobbits de la Comarca, a un tal
Bolsón sobre todo.
—¿Y eso qué relación tiene conmigo? —preguntó Frodo.
—Ah, usted lo sabe sin duda mejor que nadie —dijo el posadero con aire de
estar enterado—. No lo traicionaré a usted, pero me dijeron que ese Bolsón
viajaría con el nombre de Sotomonte y me hicieron una descripción que se le
ajusta a usted bastante, si me permite.
—¿De veras? Bien, ¡venga entonces esa descripción! —dijo Frodo
interrumpiéndolo aturdidamente.
—Un hombrecito rollizo de mejillas rojas —dijo solemnemente el señor
Mantecona.
Pippin rió entre dientes, pero Sam se mostró indignado.
—Esto no te servirá de mucho, Cebadilla, pues conviene a casi todos los
hobbits, me dijeron —continuó el señor Mantecona echándole una ojeada a
Pippin—, pero éste es más alto que algunos y más rubio que todos y tiene un
hoyuelo en la barbilla; un sujeto de cabeza erguida y ojos brillantes. Perdón, pero
él lo dijo, no yo.