Page 185 - El Señor de los Anillos
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—¡No  cuente  con  eso!  —dijo  Trancos  vivamente—.  Volverán  y  vendrán
      más. Hay otros. Sé cuántos son. Conozco a esos Jinetes. —Hizo una pausa y sus
      ojos eran fríos y duros—. Y hay gente en Bree en la que no se puede confiar —
      continuó—. Bill Helechal, por ejemplo. Tiene mala reputación en el país de Bree,
      y  gente  extraña  llama  a  su  casa.  Lo  habrá  visto  usted  entre  los  huéspedes:  un
      sujeto moreno y burlón. Estaba muy cerca de uno de esos extranjeros del sur y
      salieron todos juntos en seguida del « accidente» . No todos los sureños son buena
      gente y en cuanto a Helechal, le vendería cualquier cosa a cualquiera; o haría
      daño por el placer de hacerlo.
        —¿Qué  vendería  Helechal  y  qué  relación  tiene  con  mi  accidente?  —dijo
      Frodo, decidido todavía a no entender las insinuaciones de Trancos.
        —Noticias  de  usted,  por  supuesto  —respondió  Trancos—.  Un  relato  de  la
      hazaña de usted sería muy interesante para cierta gente. Luego de esto apenas
      necesitarían saber cómo se llama usted de veras. Me parece demasiado probable
      que se enteren antes que termine la noche. ¿No le es suficiente? En cuanto a mi
      recompensa, haga lo que le plazca: tómeme como guía o no. Pero le diré que
      conozco todas las tierras entre la Comarca y las Montañas Nubladas, pues las he
      recorrido en todos los sentidos durante muchos años. Soy más viejo de lo que
      parezco. Le puedo ser útil. Desde esta noche tendrá usted que dejar la carretera,
      pues  los  Jinetes  la  vigilarán  día  y  noche.  Podrá  escapar  de  Bree,  y  nadie  lo
      detendrá quizá mientras el sol esté alto, pero no irá muy lejos. Caerán sobre usted
      en algún sitio desierto y sombrío donde nadie podría auxiliarlo. ¿Permitirá que le
      den alcance? ¡Son terribles!
        Los hobbits lo miraron y vieron con sorpresa que retorcía la cara como si
      soportara algún dolor y que tenía las manos aferradas a los brazos de la silla. La
      habitación estaba muy tranquila y silenciosa y la luz parecía más pálida. Trancos
      se  quedó  un  rato  sentado,  la  mirada  vacía,  como  atento  a  viejos  recuerdos,  o
      escuchando unos sonidos lejanos en la noche.
        —¡Sí! —exclamó al fin pasándose la mano por la frente—. Quizá sé más que
      usted acerca de esos perseguidores. Les tiene miedo, pero no bastante todavía.
      Mañana tendrá que escapar, si puede. Trancos podría guiarlo por senderos poco
      transitados. ¿Lo llevará con usted?
        Hubo un pesado silencio. Frodo no respondió, no sabía qué pensar; el miedo y
      la duda lo confundían. Sam frunció el ceño y miró a su amo. Al fin estalló:
        —¡Con el permiso de usted, señor Frodo, yo diría no! Este señor Trancos, nos
      aconseja y dice que tengamos cuidado; y yo digo sí a eso y que comencemos
      por  él.  Viene  de  las  tierras  salvajes  y  nunca  oí  nada  bueno  de  esa  gente.  Es
      evidente que sabe algo, demasiado para mi gusto. Pero eso no es razón para que
      dejemos que nos lleve a algún lugar sombrío lejos de cualquier ayuda, como él
      mismo dice. Pippin se movió, incómodo. Trancos no replicó a Sam y volvió los
      ojos penetrantes a Frodo. Frodo notó la mirada y torció la cabeza.
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