Page 179 - El Señor de los Anillos
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—A propósito de un asunto de cierta importancia, tanto para usted como para
mí —respondió Trancos mirando a Frodo a los ojos—. Quizás oiga algo que le
conviene.
—Muy bien —dijo Frodo tratando de mostrarse indiferente—. Hablaré con
usted más tarde.
Mientras, junto a la chimenea se desarrollaba una discusión. El señor Mantecona
había llegado al trote y ahora trataba de escuchar a la vez varios relatos
contradictorios sobre lo que había ocurrido.
—Yo lo vi, señor Mantecona —dijo un hobbit—, por lo menos no lo vi más, si
usted me entiende. Se desvaneció en el aire, como quien dice.
—¡No es posible, señor Artemisa! —dijo el posadero, perplejo.
—Sí —replicó Artemisa—. Y además sé lo que digo.
—Hay algún error en alguna parte —dijo Mantecona sacudiendo la cabeza
—. Había demasiado de ese señor Sotomonte para que se desvaneciese así en el
aire, o en el humo, lo que sería más exacto si ocurrió en esta habitación.
—Bueno, ¿dónde está ahora? —gritaron varias voces.
—¿Cómo podría saberlo? Puede irse a donde quiera, siempre que pague por
la mañana. Y aquí está el señor Tuk, que no ha desaparecido.
—Bueno, vi lo que vi y vi lo que no vi —dijo Artemisa, obstinado.
—Y yo digo que hay aquí algún error —repitió Mantecona recogiendo la
bandeja y los restos de los jarros.
—¡Claro que hay un error! —dijo Frodo—. No he desaparecido. ¡Aquí estoy!
He tenido sólo una pequeña charla con el señor Trancos en el rincón.
Frodo se adelantó a la luz del fuego, pero la mayoría de los huéspedes dio un
paso atrás, aún más perturbados que antes. No los satisfacía la explicación de
Frodo, según la cual se había arrastrado rápidamente por debajo de las mesas
luego de la caída. La mayoría de los hobbits y de las gentes de Bree se
apresuraron a irse, sin ganas ya de seguir divirtiéndose esa noche. Unos pocos
echaron a Frodo una mirada sombría y partieron murmurando entre ellos. Los
enanos y dos o tres hombres extraños que todavía estaban allí se pusieron de pie
y dieron las buenas noches al posadero pero no a Frodo y sus amigos. Poco
después no quedaba nadie sino Trancos, todavía sentado en las sombras junto a la
pared.
El señor Mantecona no parecía muy preocupado. Pensaba, probablemente,
que el salón estaría repleto durante muchas noches, hasta que el misterio actual
fuera discutido a fondo.
—Y ahora, ¿qué ha estado haciendo, señor Sotomonte? —preguntó—.
¿Asustando a mis clientes y haciendo trizas mis jarros con esas acrobacias?
—Lamento mucho haber causado alguna dificultad —dijo Frodo—. No tuve
la menor intención, se lo aseguro. Fue un desgraciado accidente.