Page 176 - El Señor de los Anillos
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—¡Una canción! —gritó uno de los hobbits—. ¡Una canción! ¡Una canción!
—gritaron todos los otros—. ¡Vamos, señor, cántenos algo que no hayamos oído
antes!
Durante un rato Frodo se quedó allí, de pie sobre la mesa, boquiabierto.
Luego, desesperado, se puso a cantar; era una canción ridícula que Bilbo había
estimado bastante (y de la que en realidad se había sentido orgulloso, pues él
mismo era el autor de la letra). Se hablaba en ella de una posada y fue esa quizá
la razón por la que le vino a la memoria en ese momento. Hela aquí en su
totalidad. Hoy, en general, sólo se recuerdan unas pocas palabras.
Hay una posada, una vieja y alegre posada
al pie de una vieja colina gris,
y allí preparan una cerveza tan oscura
que una noche bajó a beberla
el Hombre de la Luna.
El palafrenero tiene un gato borracho
que toca un violín de cinco cuerdas;
y el arco se mueve bajando y subiendo,
arriba rechinando, abajo ronroneando,
y serruchando en el medio.
El posadero tiene un perrito
que es muy aficionado a las bromas;
y cuando en los huéspedes hay alegría,
levanta una oreja a todos los chistes
y se muere de risa.
Ellos tienen también una vaca cornuda
orgullosa como una reina;
la música la trastorna como una cerveza
y mueve la cola empenachada
y baila en la hierba.
¡Oh las pilas de fuentes de plata
y el cajón de cucharas de plata!
Hay un par especial de domingo
que ellos pulen con mucho cuidado
la tarde del sábado.
El Hombre de la Luna bebía largamente
y el gato se puso a llorar;
la fuente y la cuchara bailaban en la consola,
y la vaca brincaba en el jardín,
y el perrito se mordía la cola.