Page 393 - El Señor de los Anillos
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blanco.  En  el  lado  sur  del  prado  se  elevaba  el  mayor  de  todos  los  árboles;  el
      tronco  enorme  y  liso  brillaba  como  seda  gris  y  subía  rectamente  hasta  las
      primeras ramas que se abrían muy arriba bajo sombrías nubes de hojas. A un
      lado  pendía  una  ancha  escala  blanca  y  tres  elfos  estaban  sentados  al  pie.  Se
      incorporaron de un salto cuando vieron acercarse a los viajeros, y Frodo observó
      que eran altos y estaban vestidos con unas mallas grises y que llevaban sobre los
      hombros unas túnicas largas y blancas.
        —Aquí moran Celeborn y Galadriel —dijo Haldir—. Es deseo de ellos que
      subáis y les habléis.
        Uno  de  los  guardias  tocó  una  nota  clara  en  un  cuerno  pequeño  y  le
      respondieron tres veces desde lo alto.
        —Iré primero —dijo Haldir—. Que luego venga Frodo y con él Legolas. Los
      otros pueden venir en el orden que deseen. Es una larga subida para quienes no
      están acostumbrados a estas escalas, pero podéis descansar de vez en cuando.
        Mientras trepaba lentamente, Frodo vio muchos flets: unos a la derecha, otros
      a  la  izquierda  y  algunos  alrededor  del  tronco,  de  modo  que  la  escala  pasaba
      atravesándolos. Al fin, a mucha altura, llegó a un talan grande, parecido al puente
      de  un  navío.  Sobre  el  talan  había  una  casa,  tan  grande  que  en  tierra  hubiese
      podido servir de habitación a los hombres. Entró detrás de Haldir y descubrió que
      estaba en una cámara ovalada y en el medio crecía el tronco del gran mallorn,
      ahora ya adelgazándose pero todavía un pilar de amplia circunferencia.
        Una luz clara iluminaba aquel espacio; las paredes eran verdes y plateadas y
      el techo de oro. Había muchos elfos sentados. En dos asientos que se apoyaban
      en el tronco del árbol, y bajo el palio de una rama, estaban el Señor Celeborn y
      Galadriel.  Se  incorporaron  para  dar  la  bienvenida  a  los  huéspedes,  según  la
      costumbre de los elfos, aun de aquellos que eran considerados reyes poderosos.
      Muy altos eran, y la Dama no menos alta que el Señor, y hermosos y graves.
      Estaban vestidos de blanco y los cabellos de la Dama eran de oro y los cabellos
      del Señor Celeborn eran de plata, largos y brillantes; pero no había ningún signo
      de  vejez  en  ellos,  excepto  quizás  en  lo  profundo  de  los  ojos,  pues  éstos  eran
      penetrantes como lanzas a la luz de las estrellas y sin embargo profundos, como
      pozos de recuerdos.
        Haldir llevó a Frodo ante ellos y el Señor le dio la bienvenida en la lengua de
      los hobbits. La Dama Galadriel no dijo nada pero contempló largamente el rostro
      de Frodo.
        —¡Siéntate junto a mí, Frodo de la Comarca! —dijo Celeborn—. Hablaremos
      cuando todos hayan llegado.
        Saludó  cortésmente  a  cada  uno  de  los  compañeros,  llamándolos  por  sus
      nombres.
        —¡Bienvenido,  Aragorn,  hijo  de  Arathorn!  —dijo—.  Han  pasado  treinta  y
      ocho años del mundo exterior desde que viniste a estas tierras; y esos años pesan
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