Page 530 - El Señor de los Anillos
P. 530

ver que los ojos de los ents relampagueaban y centelleaban.
        —¡Hum, hom! ¡Henos aquí con un estruendo, henos aquí por fin! —llamó
      Bárbol cuando estuvo a la vista de Bregalad y los hobbits—. ¡Venid, uníos a la
      asamblea! Partimos. ¡Partimos hacia Isengard!
        —¡A Isengard! —gritaron los ents con muchas voces.
        —¡A Isengard!
       ¡A Isengard! Aunque Isengard esté clausurada con puertas de piedra;
       Aunque Isengard sea fuerte y dura, fría como la piedra y desnuda como el
         hueso.
       Partimos, partimos, partimos a la guerra, a romper la piedra y derribar la
         puerta;
       pues el tronco y la rama están ardiendo ahora, el horno ruge; ¡partimos a la
         guerra!
       Al país de las tinieblas con paso de destino, con redoble de tambor,
         marchamos, marchamos.
       ¡A Isengard marchamos con el destino!
       ¡Marchamos con el destino, con el destino marchamos!
        Así cantaban mientras marchaban hacia el sur.
        Bregalad, los ojos brillantes, se metió de un salto en la fila junto a Bárbol. El
      viejo ent tomó de vuelta a los hobbits y se los puso otra vez sobre los hombros y
      así ellos cabalgaron orgullosos a la cabeza de la compañía que iba cantando, el
      corazón  palpitante  y  la  frente  bien  alta.  Aunque  habían  esperado  que  algo
      ocurriera  al  fin,  el  cambio  que  se  había  operado  en  los  ents  les  parecía
      sorprendente,  como  si  ahora  se  hubiese  soltado  una  avenida  de  agua,  que  un
      dique había contenido mucho tiempo.
        —Los ents no tardan mucho en decidirse, al fin y al cabo, ¿no te parece? —se
      aventuró a decir Pippin al cabo de un rato, cuando el canto se interrumpió un
      momento y sólo se oyó el batir de las manos y los pies.
        —¿No  tardan  mucho?  —dijo  Bárbol—.  ¡Hum!  Sí,  en  verdad.  Tardamos
      menos de lo que yo había pensado. En verdad no los he visto despiertos como
      ahora desde hace siglos. A nosotros los ents no nos gusta que nos despierten y no
      despertamos sino cuando nuestros árboles y nuestras vidas están en grave peligro.
      Esto no ha ocurrido en el bosque desde las guerras de Sauron y los Hombres del
      Mar. Es la obra de los orcos, esa destrucción por el placer de destruir, de rârum,
      sin ni siquiera la mala excusa de tener que alimentar las hogueras, lo que nos ha
      encolerizado  de  este  modo,  y  la  traición  de  un  vecino,  de  quien  esperábamos
      ayuda.  Los  Magos  tendrían  que  ser  más  sagaces:  son  más  sagaces.  No  hay
      maldición  en  élfico,  éntico,  o  las  lenguas  de  los  hombres  bastante  fuerte  para
      semejante perfidia. ¡Abajo Saruman!
        —¿Derribaréis realmente las puertas de Isengard? —preguntó Merry.
        —Ho, hm, bueno, podríamos hacerlo en verdad. No sabéis quizá qué fuertes
   525   526   527   528   529   530   531   532   533   534   535