Page 528 - El Señor de los Anillos
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ent anciano antes que terminara de hacerme una pregunta. También bebo
rápidamente y me voy cuando otros todavía están mojándose las barbas. ¡Venid
conmigo!
Bajó dos brazos bien torneados y les dio una mano de dedos largos a cada uno
de los hobbits. Todo ese día caminaron con él por los bosques, cantando y riendo,
pues Ramaviva reía a menudo. Reía si el sol salía de detrás de una nube, reía
cuando encontraban un arroyo o un manantial: se inclinaba entonces y se
refrescaba con agua los pies y la cabeza; reía a veces cuando se oía algún sonido
o murmullo en los árboles. Cada vez que tropezaban con un fresno se detenía un
rato con los brazos extendidos y cantaba, balanceándose.
Al atardecer llevó a los hobbits a una casa éntica que era sólo una piedra
musgosa puesta sobre unas matas de hierba en una barranca verde. Unos fresnos
crecían en círculo alrededor y había agua, como en todas las casas énticas, un
manantial que brotaba en burbujas de la barranca. Hablaron un rato mientras la
oscuridad caía en el bosque. No muy lejos las voces de la Cámara de los Ents
podían oírse aún; pero ahora parecían más graves y menos ociosas, y de cuando
en cuando un vozarrón se alzaba en una música alta y rápida, mientras todas las
otras parecían apagarse. Pero junto a ellos Bregalad hablaba gentilmente en la
lengua de los hobbits, casi susurrando; y ellos se enteraron de que pertenecía a la
raza de los Cortezas y que el país donde vivieran antes había sido devastado. Esto
pareció a los hobbits suficiente como para explicar el « apresuramiento» de
Ramaviva, al menos en lo que se refería a los orcos.
—Había fresnos en mi casa —dijo Bregalad, con una dulce tristeza—, fresnos
que echaron raíces cuando yo era aún un entando, hace muchos años en el
silencio del mundo. Los más viejos fueron plantados por los ents para probar y
complacer a las ents-mujeres; pero ellas los miraron y sonrieron y dijeron que
conocían un sitio donde los capullos eran más blancos y los frutos más
abundantes. Pero ya no quedan árboles de esa raza, el pueblo de la Rosa, que
eran tan hermosos a mis ojos. Y esos árboles crecieron y crecieron, hasta que la
sombra de cada uno fue como una sala verde y los frutos rojos del otoño
colgaron como una carga, de maravillosa belleza. Los pájaros acostumbraban
anidar en ellos. Me gustan los pájaros, aun cuando parlotean; y en los fresnos
había pájaros de sobra. Pero estos pájaros de pronto se hicieron hostiles, ávidos,
y desgarraron los árboles y derribaron los frutos pero no se los comieron. Luego
llegaron los orcos blandiendo hachas y echaron abajo los árboles. Llegué y los
llamé por los largos nombres que ellos tenían, pero no se movieron, no oyeron ni
respondieron: estaban todos muertos.
¡Oh Orofarnë, Lassemista, Camimirië!
¡Oh hermoso fresno, sobre tu cabellera qué hermosas son las flores!
¡Oh fresno mío, te vi brillar en un día de verano!
Tu brillante corteza, tus leves hojas, tu voz tan fresca y dulce: