Page 538 - El Señor de los Anillos
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—Lo mismo da —dijo Legolas—. De todos modos le han hecho daño. Hay
algo que está ocurriendo ahí dentro, o que está por ocurrir. ¿No sientes la tensión?
Me quita el aliento.
—Yo siento que el aire es pesado —dijo el enano—. Este bosque es menos
denso que el Bosque Negro, pero parece mohoso y decrépito.
—Es viejo, muy viejo —dijo el elfo—. Tan viejo que casi me siento joven
otra vez, como no he vuelto a sentirme desde que viajo con niños como vosotros.
Viejo y poblado de recuerdos. Yo podía haber sido feliz aquí, si hubiera venido en
días de paz.
—Me atrevo a asegurarlo —se burló Gimli—. De todos modos eres un elfo de
los bosques, aunque los elfos son siempre gente rara. Sin embargo, me
reconfortas. A donde tú vayas, yo también iré. Pero ten el arco bien dispuesto y
yo llevaré el hacha suelta en el cinturón. No para usarla contra los árboles —dijo
de prisa, alzando los ojos al árbol que se erguía sobre ellos—. No me gustaría
tropezarme de improviso con ese hombre viejo sin un argumento en la mano.
¡Adelante!
Luego de esto los tres cazadores se metieron en el bosque de Fangorn. Legolas y
Gimli dejaron que Aragorn fuese adelante, buscando una pista. No había mucho
que ver. El suelo del bosque estaba seco y cubierto con montones de hojas, pero
imaginando que los fugitivos no se alejarían del agua, Aragorn retornaba a
menudo a la orilla del río. Fue así como llegó al sitio donde Merry y Pippin
habían estado bebiendo y se habían lavado los pies. Allí, muy claras, se veían las
huellas de dos hobbits, uno más pequeño que el otro.
—Buenas noticias al fin —concluyó Aragorn—. Pero las marcas son de dos
días atrás. Y parece que en este punto los hobbits dejaron la orilla del agua.
—¿Qué haremos ahora entonces? —dijo Gimli—. No podemos perseguirlos
todo a lo largo de Fangorn. No tenemos bastantes provisiones. Si no los
encontramos pronto, no podremos ayudarlos mucho, excepto sentarnos con ellos
y mostrarles nuestra amistad y morirnos juntos de hambre.
—Si en verdad eso es todo lo que podemos hacer, tenemos que hacerlo —dijo
Aragorn—. Sigamos.
Llegaron al fin al extremo abrupto de la colina de Bárbol y observaron la
pared de piedra con aquellos toscos escalones que llevaban a la elevada saliente.
Unos rayos de sol caían a través de las nubes rápidas y el bosque parecía ahora
menos gris y triste.
—¡Subamos para mirar un poco alrededor! —dijo Legolas—. Todavía me
falta el aliento. Me gustaría saborear un rato un aire más libre.
Los compañeros treparon. Aragorn iba detrás subiendo lentamente, mirando
de cerca los escalones y las cornisas.
—Podría asegurar que los hobbits subieron por aquí —dijo—, pero hay otras