Page 559 - El Señor de los Anillos
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—No somos fantasmas —dijo Aragorn—, ni os engañan los ojos. Pues estos
que cabalgamos son en verdad caballos vuestros, como ya sabíais sin duda antes
de preguntar. Pero es raro que un ladrón vuelva al establo. Aquí están Hasufel y
Arod, que Eomer, el Tercer Mariscal de la Marca, nos prestó hace sólo dos días.
Los traemos de vuelta, como se lo prometimos. ¿No ha vuelto entonces Eomer y
no ha anunciado nuestra llegada?
Una sombra de preocupación asomó a los ojos del guardia.
—De Eomer nada puedo decir —respondió—. Si lo que me contáis es cierto,
es casi seguro que Théoden estará enterado. Quizás algo se sabía de vuestra
venida. No hace más de dos noches Lengua de Serpiente vino a decirnos que por
voluntad de Théoden no se permitiría la entrada de ningún extranjero.
—¿Lengua de Serpiente? —dijo Gandalf escrutando el rostro del guardia—.
¡No digas más! No vengo a ver a Lengua de Serpiente sino al mismísimo Señor
de la Marca. Tengo prisa. ¿No irás o mandarás decir que hemos venido? —Los
ojos del mago centellearon bajo las cejas espesas mientras se inclinaba a mirar
al hombre.
—Sí iré —dijo el guardia lentamente—. Pero ¿qué nombres he de anunciar?
¿Y qué diré de vos? Parecéis ahora viejo y cansado, pero yo diría que por debajo
sois implacable y severo.
—Bien ves y hablas —dijo el mago—. Pues yo soy Gandalf. He vuelto. ¡Y
mirad! También traigo de vuelta un caballo. He aquí a Sombragris el Grande, que
ninguna otra mano pudo domar. Y aquí a mi lado está Aragorn hijo de Arathorn,
heredero de Reyes y que va a Mundburgo. He aquí también a Legolas el elfo y
Gimli el enano, nuestros camaradas. Ve ahora y dile a tu amo que estamos a las
puertas de Edoras y que quisiéramos hablarle, si nos permite entrar en el castillo.
—¡Raros nombres los vuestros en verdad! Pero informaré como me pedís y
veremos cuál es la voluntad de mi señor —dijo el guardia—. Esperad aquí un
momento y os traeré la respuesta que a él le plazca. ¡No tengáis muchas
esperanzas! Estos son tiempos oscuros. —Se alejó rápidamente, ordenando a los
otros guardias que vigilaran atentamente a los extranjeros.
Al cabo de un rato, el guardia volvió.
—¡Seguidme! —dijo—. Théoden os permite entrar, pero tenéis que dejar en
el umbral cualquier arma que llevéis, aunque sea una vara. Los centinelas las
cuidarán.
Se abrieron de par en par las grandes puertas oscuras. Los viajeros entraron,
marchando en fila detrás del guía. Vieron un camino ancho recubierto de piedras
talladas, que ahora subía serpenteando o trepaba en cortos tramos de escalones
bien dispuestos. Dejaron atrás numerosas casas de madera y numerosas puertas
oscuras. A la vera del camino corría entre las piedras, centelleando y
murmurando, un arroyo límpido. Llegaron por fin a la cresta de la colina. Vieron
allí una plataforma alta que se elevaba por encima de una terraza verde a cuyo