Page 564 - El Señor de los Anillos
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harapos grises, ¡y tú el más andrajoso de los cuatro!
—La hospitalidad ha disminuido bastante en este castillo desde hace un
tiempo, Théoden hijo de Thengel —dijo Gandalf—. ¿No os ha transmitido el
mensajero los nombres de mis compañeros? Rara vez un señor de Rohan ha
tenido el honor de recibir a tres huéspedes tan ilustres. Han dejado a las puertas
de vuestra casa armas que valen por las vidas de muchos mortales, aun los más
poderosos. Grises son las ropas que llevan, es cierto, pues son los elfos quienes los
han vestido y así han podido dejar atrás la sombra de peligros terribles, hasta
llegar a tu palacio.
—Entonces es verdad lo que contó Eomer: estás en connivencia con la
Hechicera del Bosque de Oro —dijo Lengua de Serpiente—. No hay por qué
asombrarse: siempre se han tejido en Dwimordene telas de supercherías.
Gimli dio un paso adelante, pero sintió de pronto que la mano de Gandalf lo
tomaba por el hombro, y se detuvo, inmóvil como una piedra.
En Dwimordene, en Lorien
rara vez se han posado los pies de los hombres,
pocos ojos mortales han visto la luz
que allí alumbra siempre, pura y brillante.
¡Galadriel! ¡Galadriel!
Clara es el agua de tu manantial;
blanca es la estrella de tu mano blanca;
intactas e inmaculadas la hoja y la tierra
en Dwimordene, en Lorien
más hermosa que los pensamientos de los Hombres Mortales.
Así cantó Gandalf con voz dulce, luego, súbitamente, cambió. Despojándose
del andrajoso manto, se irguió y sin apoyarse más en la vara, habló con voz clara
y fría.
—Los Sabios sólo hablan de lo que saben, Grima hijo de Gálmód. Te has
convertido en una serpiente sin inteligencia. Calla, pues, y guarda tu lengua bífida
detrás de los dientes. No me he salvado de los horrores del fuego y de la muerte
para cambiar palabras torcidas con un sirviente hasta que el rayo nos fulmine.
Levantó la vara. Un trueno rugió a lo lejos. El sol desapareció de las ventanas
del Este; la sala se ensombreció de pronto como si fuera noche. El fuego se
debilitó, hasta convertirse en unos rescoldos oscuros. Sólo Gandalf era visible, de
pie, alto y blanco ante el hogar ennegrecido.
Oyeron en la oscuridad la voz sibilante de Lengua de Serpiente.
—¿No os aconsejé, señor, que no le dejarais entrar con la vara? ¡El imbécil
de Háma nos ha traicionado!
Hubo un relámpago, como si un rayo hubiera partido en dos el techo. Luego,
todo quedó en silencio. Lengua de Serpiente cayó al suelo de bruces.